Gracias al reivindicativo y sentido escrito de Benito García publicado aquí, relativo al bar o local social de su pueblo, Hinojosa, que es como el lugar sagrado para mantener vivo un rincón de vida social, el único que queda, abierto por la voluntad de los pocos vecinos que se han organizado para mantener utilizable el local algún rato al día para poder jugar al guiñote -si es que sale gente para hacer una partida-, hemos conocido que a denuncia de parte han llegado los inspectores de trabajo y, cumpliendo con su obligación y aplicando las leyes -que no discutiré yo eso-, han multado con unos cuantos miles de euros a los responsables de semejante atrevimiento por no estar las cosas en regla.
Y sí, este modo de hacer las cosas para mantener un bar abierto en un pequeño pueblo donde los ingresos no dan ni para comprar legía para la limpieza está fuera de la ley, seguro. Y esa ley se aplica con el mismo rigor en un pequeño pueblo de la comarca molinesa con una docena escasa de pensionistas viviendo allí todo el año, que en un estupendo negocio del barrio de Salamanca, de Madrid, o del Paseo de Gracia, de Barcelona, rodeado de varios millones de personas. Y eso va contra toda lógica humana, por más que la ley sea así.
Yo por suerte, en mi pueblo, con apenas una veintena de vecinos, puedo todavía compartir un rato con los amigos de la infancia en el bar, – gracias en este caso a un Ayuntamiento capaz de comprender el problema que se generaría de no tener abierto este pequeño bar- y por eso les dejo aquí un comentario que escribí hace ya algunos años después de poder disfrutar de un botellín en el pueblo.
Un pequeño y sencillo lujo que alguien, desde un despacho en Madrid o en Toledo, se empeña en quitarnos también cuando se muestra incapaz de articular alguna medida legal, que reconozca este problema que afecta a cientos de pequeños municipios, que también tienen derecho a la vida.
Vistas estas cosas, y por muchas milongas que nos cuenten, ¿alguien se puede creer que existe la más mínima voluntad de solucionar el problema de la despoblación en España? Ya les digo yo que no.
La trascendencia del botellín
(31/agosto/2017)
El botellín es consustancial al verano en los pueblos. Más allá de cualquier otra bebida, todo bar que se precie, si es que quedan en nuestro medio rural, tiene que tener suministro suficiente de este popular envase que es motivo de atención de amigos, vecinos y contertulios en estas semanas de calor y disfrute veraniego.
Un simple botellín, que tan socorrido es para atender cualquier situación en nuestros bares, es capaz de urdir todo un cónclave en torno a su ajustado contenido con los amigos del pueblo que, después de meses repartidos por la geografía patria, vuelven a su lugar de nacimiento, o el de sus padres, o de sus abuelos, y siempre resulta que acaban riendo, recordando, discutiendo si procede, y debatiendo y sí, también y mucho sobre la despoblación, el envejecimiento y el futuro de cada pueblo.
Por eso resulta un lujo tener botellines en el pueblo, un lujo asequible y fácil de adquirir pero un lujo, al fin y al cabo, porque lo realmente importante al final de todo es que exista ese lugar común, el bar del pueblo, para disfrutar junto a los amigos de la infancia, a la familia dispersa durante el año por la emigración, a los ligues del último verano que vuelven a recuperar sus carantoñas un año después.
Sí, en mi pueblo, como en otros, aunque cada vez menos, tenemos suerte de poder compartir botellín en rondas interminables antes de la comida o al caer de la tarde, entre guiñotes, brisca, julepe y tute. Una suerte inmensa de que aún tengamos bar, un sitio de todo el pueblo al que acudir sabiendo que allí, justo en la plaza del frontón, encontraremos a los amigos de siempre, y que tenemos esa referencia para disfrutar estos días tan cortos antes de partir de nuevo a Zaragoza, Barcelona, Madrid, Valencia o Bilbao.
Y sí, en mi pueblo, como otros pueblos de la provincia, por ahora seguiremos teniendo la suerte de contar con bar abierto después del mes de agosto, durante el resto del año. Podremos seguir tomando, aunque ya solo sea los fines de semana y entre semana, solo si surge, el botellín, porque si se acaba del botellín se acabará el pueblo.
Es tal la trascendencia de este rito, que algunos pueblos ante el desalentador panorama que supone quedarse sin bar deciden establecer un turno de atención de la barra entre los propios vecinos, al menos así, aunque solo sea los días señalados del año, no faltará el socorrido botellín.
Quizá algún día alguien acabe dándose cuenta de la importancia que tiene para nuestros pueblos mantener ese pequeño bar y esa pequeña tienda minúscula abierta todo el año, como con otros pequeños negocios, y que eso solo se podrá hacer con un cambio radical en las políticas fiscales.
También confío en que alguien, algún día, en algún lugar de Madrid o Toledo, se de cuenta que los sucesivos programas Leader, Proder…. no han sido eficaces contra la despoblación en sus muchos años de vida y sus cuantiosas inversiones, y que ha llegado la hora de cambiar de criterio, de filosofía, de mentalidad, y mirar a quien tiene el bar abierto en el pueblo para servir los socorridos botellines, favoreciéndole de manera personal y directa con una política fiscal discriminatoria en positivo para que no acabe cerrando, y con él el mismo pueblo.
Carlos Sanz