En tres capítulos de su Introducción a la Historia Natural y a la Geografía Física de España, obra editada por la Imprenta Real (3ª edición) en el año de 1789, el irlándes D. Guillermo Bowles, cuenta su viaje exploratorio a Molina de Aragón, desde Teruel y Albarracín; la mina de cobre, llamada la Platilla en Pardos; y el sitio donde nace el Tajo.
Después de leer el Discurso preliminar y la dedicatoria al rey Carlos III, nos enteramos que este hizo su viaje por Molina y media España a mediados de siglo, por el encargo o comisión de visitar las minas de este reino. Aunque siendo un científico, observador y hombre de la Ilustración no pudo evitar intercalar la minerología, con la geología y sus teóricas explicaciones e interpretaciones de la Historia natural a cada paso.
Pero, ¿quién era este incansable viajero y examinador de minas en Sierra Morena y en el reino de Jaén, en las montañuelas de la Mancha y en las cercanías de Madrid, en el Pirineo navarro y aragonés, en Vizcaya y en muchas otras partes de Castilla la Vieja?
Don Guillermo Bowles nació en un pueblo cercano a la ciudad de Cork en Irlanda. Llevado por su inclinación natural hizo estudios en París de Historia natural, Química y Metalurgia. Hallándose en esta ciudad y reino de Francia en el año 1752 aceptó un encargo que le hizo D. Antonio de Ulloa y el Ministro D. Ricardo Wall de visitar minas, establecer un Gabinete de Historia natural en Madrid y dirigir un Laboratorio químico. La primera comisión fue visitar la mina de Almadén, pero en 1753 le vemos ya visitando el Alto Tajo y Molina. Cuatro años sirvió al Rey sin sueldo señalado, y por fin se le dio un sueldo regular (24.000 reales anuales), que consideraba suficiente.
Don Jose Nicolás de Azara, encargado de negocios en Roma, autor del artículo preliminar de su libro en su segunda y tercera edición, dice que: “Era de buena estatura y presencia, generoso, honrado, alegre, ingenuo y amigo de buena compañía… Su residencia regular era en Madrid… Quando emprendía viage vendía sus muebles, por no dexar cuidados, y porque siempre le acompañó a quantos hizo su mujer Doña Ana Regina Rustein, natural de Alemania… Ultimamente se fixó en Madrid, donde murió el día 25 de Agosto de 1780, a los sesenta y seis años de su edad poco más o menos”.
Las inmediaciones de Molina de Aragón a los ojos de un ilustrado
Veamos, con esta base y sólidos fundamentos, lo que decía este ilustre minerólogo cuando no había cumplido aún los cuarenta años.
“De Albarracín en un día fuimos a Molina de Aragón, cruzando las sierras que dividen este Reyno del de Castilla, en las quales hay dos minas de hierro[1]: la una está en la parte caliza de la montaña, y da un hierro tan blando que se puede trabajar en frío, y por eso se saca de ella mucha vena para todas las herrerías de los alrededores. Báxase a esta mina por una rampa muy bien dispuesta… La segunda mina de esta montaña está a una legua de la primera; y aunque es muy curiosa para la Historia Natural … da un hierro muy agrio” (pág. 106-107).
“Molina es la capital del Señorío de su nombre, y está a treinta y una leguas de Madrid a la derecha del camino real que conduce a Zaragoza. La serranía en que se halla situada es una cordillera de montañas, donde reyna el frío los nueve meses del año. Divide las aguas de los ríos, porque el Gallo corre (h)acia el Tajo, mientras por el otro lado van las aguas al Ebro. El nacimiento del Tajo está a pocas leguas de allí, y es un parage de los más elevados de toda España” (pág. 108).
“A un tiro de fusil del pueblo, (h)acia mediodía, hay un cerro de tierra y piedra de cal, donde vi un peñasco cubierto de una capa delgada de verdadera cornalina… A media legua de Molina está una colina a la orilla meridional del río.. Toda la inclinación de la colina está cultivada y se ve claramente que la tierra roxiza que se labra es el hieso degenerado en tierra de cal… tan fina que puede emplearse en pintar de miniatura. En Molina se sirven de ella para desengrasar los paños ordinarios de sus fábricas” (pág. 109-110).
“La colina sobre la que está el castillo de Molina es muy elevada, y su cima se compone de una mole de quarzos pequeños redondeados y argamasados, o conglutinados con un betun natural formado de arena y de tierra de cal. El cuerpo del cerro es de marmol en pedazos y en capas, y su basa de hieso en capas…” (pág. 110-111).
“Siguiendo el río de Molina hasta un lugar llamado Prados redondos se halla un barranco profundo, labrado por el agua, que corre entre dos peñascos cortados… Un poco más abaxo hay una colina pequeña cerca de un molino… En las hojas, entre rajas, se ven muchas dendritas[2]… Detrás del molino referido hay un cerrillo de peña de cal lleno de las petrificaciones siguientes: terebrátulas[3]… almejas o telinas, ostras chicas istriadas, ostras pequeñas lisas, ostras pequeñas escamosas; belemnitas …; y entrochas o junturas[4]” (pág. 112).
“La mayor parte de conchas fósiles, se hallan estampadas y petrificadas en la tierra del lugar donde están, sea arena roxa, como en las de cerca de Montmartre en París, donde se ve claramente que esta arena fue peña, que se descompuso; o sea en peña arenisca blanca… (o) de materia caliza blanquizca como la tierra en que se hallan” (pág. 114-115).
“Volviendo a la descripción del país, digo, que baxando orilla del río, a una legua del mencionado molino, hay una aldea llamada Castilnuevo[5]; y a un quarto de legua se halla un campo cultivado, de tierra cenicienta… En este campo solo se hallan todas las petrificaciones de conchas que vimos en la colina del molino, a excepción de las univalvas; y allí se observa mejor la destrucción sucesiva y graduada de las peñas” (/pág. 116). “La mayor parte de las ostras pequeñas conservan sus conchas naturales y su nácar, y estando cerradas, tienen, sin embargo, el hueco que ocupaba el marisco lleno de la materia caliza de la peña” (pág. 118).
Después de estas y otras consideraciones respecto a los fósiles, trata Bowles de un barranco en el monte de Rillo, soslayando el de la Virgen de la Hoz, sobre el que debió tomar muchas notas, que sin embargo no aparecen en su libro.
“A media legua de Molina (h)acia el lado donde está la mina de la Platilla hay un barranco de unos 150 pies de profundidad y veinte a quarenta de ancho, formado en una montaña de arena roxa, que descansan en bancos de quarzo redondeados, conglutinados con arena… Por lo hondo de este barranco corre un arroyo, el qual ha cavado ya tanto el cerro, que las aguas de las montañas vecinas van a entrar en él… en muchos agujeros de las peñas hay también tierra de la misma que hay en lo hondo del barranco, donde nacen las mismas plantas que en las lomas vecinas, como el phlomis[6], el cantueso, el tomillo, el enebro, la Jacobea o yerba de Santiago, y muchos pinos, particularmente en las hendiduras mayores” (pág. 120-121).
“En las cercanías de Molina hay más de cinqüenta canteras de hieso; algunas están en la cima de las montañas, y otras en el pie. Las hay a más de sesenta pies de profundidad, que tienen más de treinta capas…” (pág. 123); y termina señalando, porque, sin duda, las probó: “El río Gallo, que pasa por Molina, abunda de truchas asalmonadas de media libra hasta quatro de peso”[7] (pág. 125).
De la mina de cobre llamada de la platilla en Pardos
Partiendo de Molina se pasa por un bosque de pinos, cuyo terreno está cubierto de uva ursina o gayuva (que en decocción es tan eficaz para los males de la orina) y de gamones de la especie mayor, cuyas hojas comen muy bien los cerdos. En dos horas al Noroeste se llega a un cerro llamado la Platilla desde tiempo inmemorial, el qual divide las aguas entre el Tajo y el Ebro. Tendrá media legua de travesía de un valle a otro, y la baxada por una y otra pendiente es muy pendiente (pág. 125-126).
La mina azul no se mezcla con la verde, y son de muy distinta naturaleza; pues habiendo hecho varias experiencias, hallé que el azul de esta mina contiene un poco de arsénico, de plata y de cobre, … Esta mina de la Platilla, siendo una mina de acarreo, no puede tener mucha profundidad; y así está en capas. Si los mineros quieren cavar (h)acia abaxo, se hallarán engañados” (pág. 132).
“Los Romanos trabajaron una mina en un cerro que no dista más de media legua de la Platilla; y como sabemos que ellos se guiaban por las señales exteriores para buscar y beneficiar las minas, se infiere que no vieron los colores verde y azul de la Platilla; porque no lo hubieren dexado intacta, así por el cobre, de que hacían tanto uso, como por los dos colores que en tal grado se estimaban en Roma, y que siendo inalterables al ayre y al agua, eran dos colores muy apreciables para sus pintores. De aquí infiero, que estos indicios verde y azul han aparecido después de aquel tiempo” (pág. 132-133).
Y haciendo un alarde de conocimientos de la vegetación, como su contemporáneo Linneo, señala: “Por exemplo, en las tierras labradas, en los huertos y campos de Molina nacen las plantas siguientes: plumbago, scrophularia menor; escorzonera viperina; bérberos phlomis con hojas de salvia, otro phlomis de flor amarilla y pelosa, ricino o avellana purgante, que llaman comunmente medicionario de España, lepidio, heliotropium, hyosciamus o veleño, yerba mora, solanum officinale, karmala, chenopodium faetidum, agrimonia, trébol fetido, xara con hoja de romero, espanta lobos, colutea jacobea blanca, de cuyas raices batidas con un poco de aceyte se hace la liga para cazar páxaros, glaucium con flor azul o amarilla, etc”.
“Algunos creen que las minas solo se hallan en montañas estériles; pero es un error, y la Platilla sola prueba lo contrario; pues no obstante hallarse el metal tan somero y superficial, está la tierra cubierta de plantas… Sobre esta de la Platilla, sin embargo de ser sus venas arsenicales, y de no tener la tierra más que un pie de profundidad, nacen los árboles y yerbas siguientes: encina, roble, espino blanco, enebro, xara, rosal selvático, phlomis, cantueso, salvia, romero, helianthemum, pimpinela, stachis, gamon, coronilla, campanula, jacobea blanca, gladiolus, glaucium, leucanthemum, orchis, ornithogalum, muscari, polygala, y más de otras treinta especies de las que nacen entre los trigos, en los prados y caminos. Lo baxo de la tierra está también cubierto de la misma hiervecilla que lo demás del país, con que mantiene tanto ganado como se cría y pace en la tierra de Molina” (pág. 134).
Peralejos y el nacimiento del Tajo
Partiendo de Molina de Aragón (h)acia poniente se pasa por montañas de piedras calizas, que en el espacio de dos leguas están llenas de las mismas petrificaciones que hemos descrito, y a esta distancia cesan enteramente. A la tercera legua hay una fuente de agua salada, de la qual se surte Molina. Pasase luego por un bosque de pinos, que por lo baxo tienen mucho box y espino; y subiendo siempre por montañas, se llega al lugar de Peralejos a la orilla del Tajo” (pág. 137).
“Este el día primero de octubre tenía allí quince pasos de ancho[8] y un pie de profundidad. En el lugar vuelven a aparecer las petrificaciones referidas; y el río pasa por una garganta que él mismo se ha labrado entre dos montañas de marmol cortadas perpendicularmente, de cerca de quatrocientos pies[9] de elevación. Cada una es una pieza sólida de piedra sin ninguna raja perpendicular ni horizontal, sino es alguna quiebra que se ve causada por los enormes pedazos que se desprenden de lo alto hasta el río”.
“A tres quartos de legua saliendo de Peralejos (h)acia el mediodía hay el más alto cerro de aquellos parages, llamado Sierra blanca, cuya sierra está aislada, y la cima coronada de rocas de cal. El cuerpo de ella es de piedra blanca no caliza.. Tiene algunas betas de azabache imperfecto de un dedo de grueso, de piritas blandas granosas del mismo color y sabor que las que se hallan en las gredas de París… Los paisanos de los lugares circunvecinos queman este azabache de que hablamos, y del plomo que cuela de él, hacen munición para tirar a liebres, perdices y demás caza de que abunda el país” (pág. 138).
“Todo este país, que llaman la Sierra, es una cordillera de montañas llena de mil singularidades. Desde Cuenca, donde se encuentran grandes cuernos de Amon[10], hasta Peralejos, se hallan de quando en quando diferentes petrificaciones, unas veces en las peñas, y otras en la tierra. Si el mar las depositó allí, como no se puede dudar, es bien difícil de explicar cómo ha sido esto en el parage más elevado de España” (pág. 141).
Muchas otra cosas maravillosas cuenta este libro, que atraen y llaman la atención, pues tiene incluso un capítulo dedicado a las ovejas merinas.
“Como la mina de la Platilla me detuvo muchos días en el territorio de Molina de Aragón, tuve ocasión de observar algunas cosas de las Merinas… que cuando el pastor las dexa pacer de espacio en un parage, buscan con cuidado y no pacen sino la yerba fina, y no tocan tan siquiera las yerbas aromáticas de que abunda dicho territorio de Molina” (pág. 509).
Pero lo dejaremos para los próximos visitantes y supervisores de la UNESCO que vengan -como Don Guille- de París.
(Por el extracto y la transcripción)
Juan Carlos Esteban Lorente
[1] Se refiere a Sierra Menera, y las dos minas de Setiles y de Ojos Negros.
[2] Dendritas, se llaman las piedras que tienen impresas imágenes de animales y vegetales (Nota del libro).
[3] En España se llaman palomitas las terebrátulas, por la figura de palomas que muy impropiamente finge la imaginación que tiene estas conchas (Nota del libro).
[4] Las petrificaciones de Molina, que aquí se anuncian brevemente, dieron motivo al Padre Fr. Joseph Torrubia, Franciscano, para emprender un tomo en folio. Verdad es que en él de todo trata más que del asunto. Sin embargo merece leerse por los hechos y singularidades que refiere de la Historia natural de España, y de otras muchas partes del mundo por donde había viajado. Impugnó a Feijoo con más aparato que pedía la erudición del Teatro Crítico (Nota del libro).
[5] Castilla la Nueva, por error, en el original.
[6] Salvia amarilla
[7] Una libra es equivalente a 0,454 kg, por lo que se refiere a truchas de un cuarto a cerca de dos kilos (1,80 kg).
[8] Un paso equivale a 0,76 m. Luego el río llegaría a tener una anchura de más de 11 metros.
[9] Un pie equivale a 0,30 m. Por lo que la muela alcanza y tiene una altura que rebasa los 120 m.
[10] Los cuernos de Amon son conchas fósiles retorcidas como cuernos de carnero. No se conoce animal viviente análogo a esta especie de petrificación (Nota del libro).