Viajábamos los lunes entre los grandes asientos granates de aquel clásico 1500 de Vidal o en los de la furgoneta 4L blanca de mi padre; Lourdes y yo íbamos atrás, en silencio, adormilados hasta que las nieblas que en muchas ocasiones ocultaban Molina, nos anunciaban otra semana más de clases, recreos y estudios por la tarde. Recuerdo aquellos viajes de 1976 a 1978 con 11 años; a esa edad, el paso de nuestra acogedora escuela en Campillo de Dueñas al internado de la Escuela Hogar de Molina se hizo duro. Mis recuerdos de la Escuela Hogar están emborronados y son ya más bien sensaciones: las literas del dormitorio con los profesores mandando silencio, el bullicioso comedor repleto de alumnos, alguna reprimenda de Doña Puri la directora y los partidos de futbol que de vez en cuando jugábamos con Don Teodoro, la primera chica que me gustó y los 10 días de vacaciones a la muerte de un señor llamado Franco.
Fueron cuatro años en los que hice lo que debe hacerse a esa edad: educarme; tengo buenos recuerdos de los profesores de la Escuela de Molina y también de los del internado, imagino que a sus ojos éramos un tropel de entrañables niños y niñas un poco huérfanos.
El lunes 19 de agosto pasado, gracias al impulso de Alfonso de Pardos y de Juanjo Urraca de Tartanedo, fue el día elegido para que unos 140 de aquellos antiguos alumnos internos de la Escuela Hogar de Molina nos reencontrásemos tras 30 ó 40 años. La convocatoria estaba abierta a los internos desde el año 1973 a 1988 (amplia horquilla) y comenzó por una entrañable visita a las instalaciones de la Escuela Hogar, donde lo que más ha cambiado es el ala de chicas, ahora con habitaciones más acogedoras; sin duda a más de uno le asaltaron muchos recuerdos recorriendo las instalaciones y patios de la Escuela guiados por su director Javier.
Tras la visita al internado y sobre las dos, comenzamos un animado vermut en las instalaciones exteriores de Los Batanes saludando y tratando de saber quién era esa persona que tanto, tanto te sonaba: “soy fulanita de Peralejos”… Aaaaaaaah claro. Poco a poco se fueron formando los antiguos grupos de amigos, unos más reconocibles que otros, pero todos contentos por el alegre reencuentro.
La estupenda comida estuvo amenizada por la poética prosa de Begoña recordando aquellos viejos tiempos y tras una foto de grupo, pasamos a tomar alguna bebida digestiva animada por la música que nos acompañaba esos años. En fin, una más que agradable jornada que todos queremos repetir en el futuro, aunque sea a dos años vista… allí estábamos dos generaciones de gente de la tierra Molinesa, los últimos de una especie que vieron sus pueblos llenos de familias con hijos, los últimos que llenamos las escuelas rurales, los y las que vemos desaparecer aquella forma de vida; gente muy formada, pero gente que en su mayoría y por desgracia, generamos esfuerzo y dinero fuera de nuestra tierra.
Nos ha tocado vivir un tiempo de éxodo; qué lástima, imaginaros esas 140 familias habitando en sus respectivos pueblos, nuestra tierra sería otra cosa… y hablando de pueblos… ¿Qué tal la próxima comida en algún pueblo del Señorío?
María Jesús Malo Sanchez
28 Sep 2019Gracias Jesús por este estupendo artículo. Comparto este reconocimiento!!
Y mil gracias a los organizadores Juanjo y Alfonso.