Nuestros pueblos, como otros muchos de la geografía nacional afectados por la despoblación, tienen un serio problema con las viviendas abandonadas, fruto de herencias que no se valoran, del abandono sin más de estas propiedades poco atractivas o, simplemente, por las dificultades que existen para utilizar casas propiedad de varios hermanos o herederos y unos por otros la casa sin barrer.
Y la realidad es que en la comarca los alcaldes tienen un serio problema con estos edificios que amenazan ruina en muchos casos, cuando ya no lo son, con los peligros de seguridad que conllevan además de las dificultades jurídicas y administrativas para poner solución a un serio asunto urbanístico que, además, rompe completamente la estética de los pueblos, da una sensación lamentable de abandono y dejadez, y es un impedimento evidente para la conservación de los núcleos rurales en su esencia más pura, y un obstáculo para su desarrollo turístico, cuando para mayor contradicción, no son pocos los pueblos en los que faltan viviendas para alquilar o comprar mientras las hay, y muchas, en este estado de abandono y ruina.
No es una tarea fácil en el punto al que hemos llegado poner solución a esta realidad que está acabando con buena parte de nuestro rico patrimonio urbanístico rural, reflejado en las construcciones tradicionales de cualquier pueblo, mientras que parece más fácil dejar en el abandono estas viviendas y optar, en su caso, por nuevas casas en las que la piedra, la madera o la teja árabe, como elementos más identitarios, ya no son, lamentablemente, la opción más demandada. Un cambio en las políticas que se están haciendo en apoyo de la vivienda, que son claramente de mentalidad urbana, tendría todo el sentido en los pequeños pueblos como camino para la recuperación de su patrimonio urbano y de paso ayudar en la consolidación de su población.
La vivienda rural en los pequeños núcleos de la España despoblada necesita de un tratamiento a la carta, de medidas especiales al margen de que sean viviendas habituales o no, es preciso y urgente atacar la situación de las casas de los pueblos incluso considerándolas segundas residencias. Por supuesto, las ayudas deben seguir e incluso incrementarse para los residentes habituales, pero la consideración de segunda vivienda en estos pueblos escasamente poblados debería cambiar radicalmente y establecer un programa de ayudas que traería muchas ventajas para todos y que, efectivamente, ayudaría a luchar contra la despoblación.
La carencia de casas habitables y dignas en el medio rural es hoy un obstáculo importante para facilitar la llegada de nuevos habitantes que se quieran establecer de manera permanente, que se ven con serias dificultades en caso de querer instalarse en muchos de nuestros pueblos para encontrar una vivienda y este problema, que es muy importante en la lucha contra la despoblación, no se soluciona con ayudas diseñadas para la vivienda habitual, sino que requiere de un proceso mucho más dinámico, más real y acorde a la situación actual de la vivienda en los pequeños núcleos rurales, situación que no se arreglará aplicando criterios claramente pensados para las grandes urbes pero que no tienen absolutamente en cuenta, para nada, las necesidades reales de los pequeños pueblos en este materia.
Un programa a la carta, similar a algunos que se han ejecutado con éxito como los A Plena Luz, pero pensado para las segundas residencias en estas zonas desfavorecidas, y no para los domicilios habituales, ayudaría a recuperar gran parte del patrimonio urbanístico rural que se está perdiendo irremediablemente entre el abandono y las enormes dificultades de los ayuntamientos para dar una solución rápida y eficaz a este situación; generaría grandes ofertas de trabajo para restaurar, rehabilitar o recuperar de la ruina cientos de edificios en nuestra comarca, por ejemplo, con la carga de trabajo que ofrecería para muchos años; consolidaría la estabilidad comercial y financiera de las pocas empresas auxiliares de la construcción que aún quedan; generaría una bolsa de vivienda digna para nuevos moradores deseosos de comprar o alquilar en el medio rural; permitiría a muchas familias originarias de la zona visitar con asiduidad sus pueblos y no sólo cuatro días en verano por carecer de viviendas arregladas, y con ello daría estabilidad a los pequeños negocios que todavía sobreviven.
No podemos seguir anclados en medidas de apoyo a la vivienda que por muy necesarias que sean tienen sentido en las ciudades, pero muy poco en los pueblos, que necesitan de ideas más adecuadas a su situación, más cercanas a los casos concretos de cada comarca, hechas a la carta, y esto supera al concepto actual de ayuda a la vivienda que aquí tiene poco sentido.
Programas como los Molina a Plena Luz han salvado de la ruina buena parte del patrimonio de la ciudad y han permitido su recuperación en buena medida, pero su objetivo inicial ya se queda corto y si no se toman medidas similares y con rapidez, aunque mucho más ambiciosas, en pocos años algunas de las calles más emblemáticas de la capital comarcal -y es solo un caso puntual- en las que hoy ya resulta imposible vivir por las condiciones de habitabilidad de sus viviendas, serán una ruina absoluta. Y con ello dejaremos morir nuestra historia, nuestra cultura y nuestro patrimonio y buena parte de nuestro futuro.
Carlos Sanz
José Antonio Floría
8 Oct 2022Ha contribuido al abandono de edificios en ruinas el encarecimiento de su demolición, por la absurda medida de estar obligados a transportar los escombros a Castellar de la Muela. Creo que en todos los municipios existen lugares apropiados para arrojar este tipo de enrunas sin perjudicar el medio ambiente, vertederos que fácilmente pueden sellarse después, como se venía haciendo. Ahora sale más a cuenta dar por perdido un inmueble en ruinas que dejar el solar limpio.