La abeja Piedra

Perla Díez Arcos

 

Piedra era una abeja reina que vivía en una colmena, situada en una zona montañosa. La colmena en la que Piedra reinaba era el orgullo del mielero,  por la cantidad y calidad de la miel que producía, también por el polen y los propóleos con los que luego elaboraban caramelos y un sinfín de productos saludables.

            Aquella colmena y otras vecinas fueron atacadas por enjambres errantes de abejas asiáticas que devoraban la miel de las colmenas y, como consecuencia, las abejas oriundas del enjambre morían.

            Piedra descubrió la jugada y una mañana al alba salió de su colmena y empezó el ceremonial de comunicación con sus súbditos. Giraba a toda velocidad,  describía ochos en sus giros; las obreras y los zánganos comprendieron que les anunciaba un desplazamiento, sería largo e inminente, lo intuían por la rapidez de sus giros y la amplitud de los mismos.

            Piedra y su séquito iniciaban la búsqueda de un lugar al que no hubieran llegado las abejas asiáticas. Atravesaron paisajes, encontraron colonias de colmenas, muy pegadas unas a las otras, ese sistema que no les gustaba, buscaban un espacio abierto. Necesitaban que hubiera agua, cerca de su emplazamiento. Era imprescindible para vivir. Otra cosa que les interesaba era que en las proximidades hubiera hierbas aromáticas, lo encontrarían en terrenos pedregosos, que no fueran cultivados por los agricultores, si no las flores que pudieran libar no serían un buen alimento del que extraer su dulce miel.

            Ahora atravesaban una zona con una altitud superior a los mil metros, eso no sería un obstáculo. En aquella zona de paramera, de repente Piedra descubrió un paisaje que lo sintió como si fuera lo que buscaban. El entorno era una zona de dehesa, en la que se cultivaban cereales, pero algo de pronto aceleró el ritmo de los ochos, con el que Piedra se comunicaba con sus seguidores y les anunciaba que algo maravilloso estaban sobrevolando, podría ser que hubieran encontrado el lugar en el que se aposentarían.

            Cada vez sus giros eran más rápidos, sus ochos más cerrados. Sentía el palpitar de su ritmo. Aquel era el sitio que habían soñado. Descubrieron una zona en la que encontraron unos enormes farallones, eran unos riscos poco frecuentes en esa zona de pocas estribaciones en su superficie. Bordeado por esas Piedras de la Dehesa discurría el río Piedra, no era si siquiera una corriente continua de agua, pero mantenía en plena canícula charcos suficientes para que tuvieran agua a su alcance.

            Merodeando el entorno, encontraron unas construcciones en piedra de las que tenían noticias por sus antepasados, eran los hornos. Dentro tenían tabicada en forma reticular una de las paredes, la orientada al sureste. Cada una de aquellas cuadrículas fue una colmena, estaban muy deterioradas, abandonadas. Buscando por el entorno hallaron restos de panales casi desechos, serían la base para iniciar el proceso de elaboración de las celdillas de los nuevos. Seguro que algún apicultor les seguiría el rastro y les mejoraría su aposento, a lo mejor los trasportaba a alguna colmena nueva o reparaba los viejos hornos.

            Las abejas obreras estaban estimuladas y achucharon a los zánganos para seguir los itinerarios que la abeja reina iba diseñando, fueron ampliando el terreno que rodeaba a las Piedras de la Dehesa, que eran su punto de referencia.

            El olfato y la sensibilidad de la abeja reina se había estimulado con el descubrimiento de las flores de té de roca, romeros, tomillos, jaras, mejoranas, cantueso, todo el equipo estaba emocionado y aún no habían descubierto los bancales de lavandín.

            Una mañana, tras una noche de tormenta los giros de Piedra impulsaron al grupo a un nuevo desplazamiento. Cuántas veces habían imaginado campos teñidos de colores morados, allí los tenían y los olores frescos e intensos trasportaban a la abeja reina y a su corte hasta la Provenza, o la Alcarria de la que tanto habían oído hablar a sus ancestros. Ahora estaban en Tortuera.

            Elaborarían miel de espliego, una de la más codiciada por los expertos.

            A partir de esa mañana decidieron no explorar más territorios. Habían encontrado el paraíso.

            No tardó en aparecer un joven apicultor, muy respetuoso con el enjambre que habían fabricado y con mucho tacto lo trasportó a una colmena; se sentían como si las hubieran  instalado en un hotel de cuatro estrellas superior. Estaba ubicada dentro de un conjunto de colmenas, fueron muy bien recibidos, desde ese espacio salivaban  ante el amplio espectáculo de lavandín. ¡Qué olores! ¡Qué colorido!

            Pensaban que la intensidad de los aromas no podía crecer. Se equivocaban. Tras la recolección del lavandín, un atardecer se sintieron embriagados por los aromas. Observaban la actitud de Piedra, estaba absorta, ensimismada.

            Había descubierto una destilería de lavanda. Otra sorpresa su título: “Aromáticas del Piedra”.

            No encontraba respuestas, solo preguntas.

            ¿Cuál era su origen? ¿De dónde procedía su nombre?

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    1. Me gusta cómo cuentas una historia inteligentemente, de forma entretenida y con imaginación.

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