“La sorna, el humor ácido, la ironía e incluso la burla forman parte de la idiosincrasia de la gente de mi pueblo, muy dada a reírse de todo y de todos”. Con estas concisas palabras (¿o será advertencia?) inicia el autor de Así en la Tierra como en el suelo algún minicapítulo, uno más de los 116 “autorrelatos en blanco y negro” -su subtítulo- que conforman el libro. Y es que, cada título concreto viene determinado por refranes de hondo contenido, plenos de sabiduría popular, clásicos y por ende agudos la mayoría, que nos abren a un contenido en consonancia. Obviamente, cada refrán (en ocasiones, más sentencias que refranes), de muy generalizado uso tanto en La Yunta como en cualquier otro rincón del Señorío de Molina, Guadalajara, y de la España vacía, vaciada (o menos vaciada). Algunos geniales: ¡qué decir de aquél titulado “El que tropieza y no cae, adelanta terreno”!
No vamos a enmendar el diagnóstico al autor. De añadir algo, cabría resaltar que estamos ante un libro sobrado de gracia. Digamos que hay también una “gracia yuntana”, si se quiere del Señorío, extrapolable a cualquier rincón de cualquier sexma, la cual, aunque menos conocida y bastante o muy diferente de la gaditana, también tiene su ángel. En cualquier caso, auguramos que el potencial lector tiene garantizada la sonrisa, también la risa, de la cruz a la raya, oséase del Prólogo al Epílogo. Y, de haber superado los cincuenta años, seguro que quien se sumerja en sus páginas, se sentirá retratado y hasta le vendrán a la mente mil “flashes” de recuerdo y de nostalgia; por no decir que hasta podría considerarse protagonista, o decir para sus adentros “yo también viví situaciones idénticas o similares”. A la postre, estamos ante la radiografía de una época que ya no volverá, y es de celebrar que haya quedado fijada para siempre. Gracias Josian. Es probable que no sea muy cierto aquello de que cualquier tiempo pasado fue mejor, …pero estos tiempos narrados fueron también de uno.
José Antonio Floría Martínez (La Yunta, 1958), aunque lleve ya cuatro décadas en Cataluña, conserva la memoria fiel de un lugar, su patria chica, y una época (la del desarrollismo que sucede a la autarquía, cuando el franquismo), básicamente la década de 1960 del pasado siglo. Algo que a muchos, al mirar hacia atrás, nos resulta muy familiar. Y es que quizá seamos más hijos de nuestro tiempo que de nuestros padres. O tanto.
La verdad, uno no sabría precisar si estamos ante un libro de microhistoria, mutatis mutandis válido para cualquier otro pueblo del Señorío de Molina; ante una obra descriptiva de cariz sociológico con toques sociolingüísticos del mayor interés (se incluye al final un muy interesante “Resumen alfabético de expresiones de uso local”); o frente a una muestra de 116 “cortos” de recio calado, agudeza en estado puro y precisión cinematográfica.
En cualquier caso, como bien dijera Antonio Machado: “Para ver,/ hay que mirar/ y hay que saber”. Por lo que, permítasenos matizar que no compartimos con el autor aquello de que “miraba sin ver” antes de los dos años, cuando se rompió algún diente clave (“palas” precisa) en alguna aparatosa caída; lo que le da pie para conformar el título (Así en la Tierra como en el suelo). Creemos que nació mirando y sabiendo, que el escritor se hace, bien es verdad, pero primero nace. Los casos de José Antonio Floría y Margarita Sanz, yuntanos ambos, no sé si serán excepción, pero confirman la regla. Muestra de la creatividad que subyace en muchos casos de quienes por primera vez, pasada la cincuentena, con estudios reglados en la alforja o sin ellos, se inician en el camino del noble arte de juntar palabras, para dejarnos unas pinceladas cautivadoras que resultan muy de celebrar.
Solo dos consideraciones, de entre las muchas que cabría hacer. La primera relativa a la viveza de las descripciones. Las páginas dedicadas a la matanza son insuperables, por no hablar de las que describen las faenas del campo, los juegos infantiles, la manera cómo se reciclaba (lamentablemente algo olvidado), los remedios médicos caseros (que, por demás, funcionaban), el “oficio” de monaguillo, los rastros e innumerables muestras de picaresca infantil, que nos retrotraen a El Lazarillo de Tormes, o a El Buscón, de Quevedo. La descripción de los aperos del campo anteriores a la llegada del tractor, así como de las cigüeñas, buitres, mulas, botánica, ornitología y zoología en general, nos habla no ya de la agudeza del autor en su niñez, sino de que el conocimiento que en dicha época tenía en la España rural un crío que se manejaba con la Enciclopedia Álvarez, bien podía ser hasta muy superior al de quienes estudiaban en cualquier considerado buen colegio de pago de la gran ciudad. Por no hablar de aquello de quod natura non dat, Salmántica nos prestat.
La segunda es relativa al lenguaje. El autor mantiene en cursiva a lo largo de sus páginas las palabras o expresiones tal cual entonces se utilizaban; algo que, salvo peculiaridad muy local, compartían los municipios todos del Señorío de Molina y buena parte de la zona rayana aragonesa. Tres moragas, elegidas un poco al azar: la expresión “de bor en bor” (hasta los bordes, de borde a borde), muy generalizada, es de una belleza y precisión insuperable; a uno le venía a la mente cuando, en su docencia en la Facultad de Ciencias de la Información, tenía que hablar del programa de radio “De costa a costa”, de Luis del Olmo, al parecer inspirado en el subtítulo del gran diario norteamericano The Christian Science Monitor que, en su afán de ser nacional, incluía esa expresión en su subtítulo (“from coast and coast”).
Y habría que proponer a instancias superiores que no olvidasen la palabreja “enantes” (hace un brevísimo rato, inmediatamente antes), la cual se registra en el diccionario de la RAE de 1791, bien que en el de 2015 se considere “término desusado”. El matiz que añadía era el de inmediatez, bien distinto a antes de Cristo, en tiempos de maricastaña o, si se quiere, el día de antes. Y qué decir de la perla “otre” (otro u otra), que empleaban nuestras abuelas y hasta nuestras madres, que roza lo sublime, cuando los filósofos y ensayistas hablan de la “otredad” (recuerdo muy bien a Laín Entralgo, gran maestro, en Teoría y realidad del otro, no sé ya si por filósofo y ensayista, o por turolense, con un habla en su infancia similar a la de La Yunta). Presumo que no la han oteado las feministas radicales devenidas en lingüístas de género, que propugnan trastocar el lenguaje a capricho. De conocerla, al menos habría que reconocer que contaban con alguna apoyatura para avalar sus estrafalarias proposiciones.
Rematamos, animando a la lectura de este libro. Lo merece. No creemos que ningún lector quede defraudado. Y, ya puestos, no vendría mal acompañarlo con otros dos, también centrados en el Señorío, que, a la postre, aunque de factura muy diferente, vienen a ser complementarios: el de Margarita Sanz, Los cuadernos de Marcos, novela ambientada en la zona, cuya amplia temática bien habría dado para una trilogía. Por supuesto, sin olvidar La Gaznápira, clásico entre los clásicos, del recordado labreño Andrés Berlanga, amigo siempre, la mejor novela escrita sobre esta molinesa tierra; autor éste último que reclama le dediquemos en Guadalajara algún premio literario, centro de estudios o institución cultural, cual merece. Es obra de justicia. Como de justicia es reconocer la oportunidad del libro de Floría Martínez que nos ocupa, al que damos la mejor bienvenida con un ¡Tolle lege!, que dijera San Agustín.
FLORÍA MARTÍNEZ, J. A., Así en la Tierra como en el suelo. Autorrelatos en blanco y negro, Almería, Círculo Rojo, 2019, 287 págs.