*** El Centro de la Mujer y Cepaim organizaron varios actos con motivo del Día de la Mujer. // Foto: Ángela Coronel.
Puede que llegue un poco tarde. Quizá lo propio hubiera sido sentarme hace unos días para recordar que se acercaba otro 8 de marzo y llegaba el momento de salir a la calle para visibilizar a ese 50 por ciento de la población, aún hoy invisible. Pero lo cierto es que las reivindicaciones de las mujeres no son cosa de un día señalizado en el calendario, que podamos dejar atrás y olvidarlo hasta el año siguiente. Nuestra lucha se tiene que ir cimentando día tras día. De hecho, cada día es una lucha, aunque no lo queramos, aunque prefiramos mirar a otro lado.
Las últimas dos semanas he estado haciendo un curso en Valladolid, pero desde la distancia me sentí maravillada con la cantidad y la calidad de las actividades que organizó el Centro de la Mujer y la organización Cepaim para sensibilizar a la población, de la misma manera que me enorgullecen todas esas mujeres rurales que han apostado por quedarse en la comarca y emprender sus propios negocios.
Ellas pararon el día 8 de marzo, organizaron talleres infantiles, visibilizaron a la mujer a lo largo de la historia, en la ciencia, en el arte, en la literatura, en la política… Proyectaron películas, salieron en bicicletas críticas y dibujaron pancartas, porque luego cogerían un autobús hacia Madrid: Ellas no podían faltar.
“No entendéis nada”, suelo decir a muchos de mis amigos hombres, que por cierto son la mayoría. Me sorprende percibir que muchos de ellos entienden eso del Feminismo como una guerra de sexos. A veces pienso que algo estaremos haciendo mal cuando me encuentro con esta postura tan a menudo. Para mí el Feminismo es algo tan básico, tan esencial y tan justo que no llego a comprender cómo puede ser que existan personas que se atrevan a cuestionarlo en una sociedad democrática.
Lo que exigimos las mujeres en definitiva es una igualdad de oportunidades en una sociedad de personas diferentes. Una sociedad que la historia ha cortado a la medida de los hombres y donde las leyes y decisiones para garantizar esa igualdad van llegando con cuentagotas, cuando no damos pasos hacia atrás.
Ayer miraba cómo jugaba mi sobrina de cinco años con sus amigos, todos ellos chicos, y me preguntaba si será capaz de soñar con ser científica, astronauta, cirujano o presidenta del Gobierno, porque creo que en la tierna democracia en la que nací, en la que supuestamente ya éramos iguales, yo no lo tenía tan claro.
Ahora nos sorprendemos de la cantidad de mujeres que hicieron cosas importantes a lo largo de una historia que nadie nos había contado antes, porque simplemente no importaban a nadie. La historia la escribían los hombres y el lugar de las mujeres estaba de puerta de casa para adentro. Lo cierto es que también me pesa que la gente se atreva a menospreciar lo que pasa en el interior del hogar de esas mujeres que deciden, porque tienen la suerte de poder, quedarse en casa o incluso dejarlo todo para criar a sus hijos.
Siempre lo he dicho, yo salgo a la calle el 8 de marzo por las mujeres que trabajan, por las que quieren un mundo mejor y por aquellas que deciden simplemente ser amas de casa y cuidar de sus hijos, porque nuestro papel en la sociedad, estemos donde estemos, es fundamental, tanto, como el de los hombres.
No, el Feminismo no es una guerra de sexos y que nos hayamos despertado, no quiere decir que pretendamos esclavizar a los hombres a un cepillo y a un recogedor. Mis padres, que rondan los ochenta, lo entendieron a la primera. Cuando papá trabajaba y mamá estaba en casa, ella era la que hacía las tareas del hogar. Ahora que mi padre está jubilado, se reparten el trabajo. Creo que la mayoría de las personas tenemos suficiente capacidad para organizar nuestra vida privada sin necesidad de tener que salir a la calle por ello.
Si somos diferentes, nuestras necesidades también lo serán, y si el mercado laboral exige que salgamos a trabajar, la legislación tiene que adaptarse. La realidad de hoy es que ninguna familia puede cuidar a sus hijos convenientemente sin abuelos, por lo que algo está fallando ¿no?
Y llega Vox y dice que la Ley de Violencia de Género es injusta. 2018 cerró con el menor dato desde que existen estadísticas oficiales y aun así fueron 47 las muertes de mujeres y 29 de niños. La ley no siempre es justa, pero ni con los casos de Violencia de Género, ni con otros delitos, pero las leyes se promulgan porque existe un problema y no podemos mirar hacia otro lado.
Y como en todas las facetas de nuestra sociedad existen los “gilipollismos”, con perdón, y esas personas que confunden el todo con las partes y que entienden que el Feminismo es toda tontería que dice o hace cualquier persona o colectivo en relación a las mujeres y a su lucha.
También los hay con intereses que pretenden secuestrar un movimiento que debe ser universal como si el Feminismo tuviera que ser obligatoriamente de izquierdas y no lo que debería ser, una sencilla cuestión de justicia social.