El pasado sábado tuve el honor de ser la pregonera de la Semana Santa. Desde el año pasado, las cofradías han añadido esta actividad al programa festivo. Con motivo de este acto, que tuvo lugar en la iglesia de Santa María la Mayor de San Gil, Esteban Ruiz Blasco, interpretó varias piezas al piano y se proyectó un vídeo sobre la Semana Santa de 2018. Reproducimos aquí el texto del pregón y el vídeo para aquellos que no pudieron asistir:
Cierto día, en la víspera de la Semana Santa, cuando cursaba mi primer año de carrera, mi compañera Vanesa, cacereña ella, directa del Valle del Jerte, me preguntó cómo era la Semana Santa de aquí: “Seguro que es muy bonita”, me dijo, a lo que yo contesté: Pues la verdad es que la Semana Santa en Molina de Aragón es sobria y castellana y ciertamente, un poco tétrica, pero para mí es la mejor del mundo, porque es la de mi pueblo.
Si dejo volar mi memoria, creo que uno de mis primeros recuerdos tuvo lugar en esta misma iglesia de San Gil, en una tarde de Jueves Santo. Apenas levantaba algunos palmos del suelo y estaba con mi madre cuando, supongo que os habrá pasado a muchos de los que estáis hoy aquí, se me acercó doña Rosarito para preguntarme si quería llevar una horquilla.
– ¿Y qué es eso? Le pregunté en mi temprana ingenuidad.
-Pues es la labor más importante de todas, me dijo mientras ponía en mis manos ese instrumento alargado, que casi me ganaba en altura.
Y ahí me coloqué, debajo del Cristo Nazareno, soportando de cuando en cuando su peso para dejar descansar los doloridos hombros de quienes llevaban tal carga. Aquella fue la primera vez en mi vida que me sentí verdaderamente importante y útil, por no hablar de la emoción de bajar hasta nada más y nada menos que la Soledad, cuando el mundo se reducía al perímetro de mi barrio.
Recuerdo el olor a canela impregnando toda la casa cuando mi madre preparaba torrijas y el no entender por qué la Cuaresma era una época de vigilia, ayuno y penitencia, cuando yo esperaba con ansiedad cada año ese día en el que el sacerdote nos dejaba la cabeza blanca de ceniza, recordándonos que polvo somos y en polvo nos convertiremos, porque sólo entonces mi madre preparaba la receta de la abuela María, esas deliciosas albóndigas de bacalao con huevos verdes, que me encantan.
También recuerdo que deseaba ser mayor para vestirme y llevar el escapulario como las hermanas de la Soledad, porque según me habían dicho, las niñas no podíamos llevar mantilla.
Y en mi memoria lejana todavía tengo en el paladar el sabor de la limonada y los calamares del Mocambo y asistir a la Misa sin Eucaristía de Viernes Santo, a la que acudía cada año con mi madre como parte de esa tradición que me reservaba sólo para mí, en esos días señalados. En mi cumpleaños íbamos después de misa a comernos una pata de vaca al Manolongo, pero en Viernes Santo me recordaba que la Pata de vaca tendría que esperar para otro momento, porque Dios había Muerto.
La Semana Santa de Molina de Aragón era sobria y castellana y estaba envuelta de esa extraña melancolía de la Pasión, pero ese año de universitaria, cuando el siglo XXI empezaba dar sus primeros coletazos y regresé a mi pueblo, la Banda del Carmen había decidido trascender a tal festividad para hacer redoblar los tambores y tocar las trompetas.
Más tarde, gracias a Mari Carmen Blasco, Ana Mendieta y Rocío las procesiones comenzaron a subir también a los balcones para escuchar sus saetas.
En 2016 la cofradía de Jesús Nazareno pensó que podía hacer algo con su procesión de Jueves Santo. Entonces mis hermanos sacaron a pasear sus talentos: Asun escribió un precioso Vía-Crucis y Uge se puso al frente de la dirección. Enseguida le siguieron otros muchos para interpretar los diferentes papeles, para ayudar con la organización o hacerse cargo de las grabaciones, de las luces o del attrezzo. Son tantos los nombres que no querría mencionarlos para no dejarme a nadie. A mí me tocaba enjugar el rostro del Nazareno interpretando a La Verónica. Siempre he tenido predilección por ese paso, como si tuviera la necesidad de protegerlo ante tanto sufrimiento. La verdad es que mientras ensayábamos para la representación no podíamos evitar emocionarnos y se nos saltaban las lágrimas cuando tocaba ponerse en el papel de una madre que contempla cómo torturan a su hijo hasta la muerte.
Fue también en 2016 cuando se estrenaba la hermandad del Cristo Resucitado, después de que un año antes un grupo de jóvenes se encontrara con un paso polvoriento y deteriorado en la Ermita de la Soledad y pensara que había llegado el momento de que al morado de la Pasión y al negro del luto se sumaran el blanco y el verde, de la resurrección y la esperanza, para recuperar una vieja tradición que se había perdido hace más de 80 años. La hermandad del Cristo Resucitado, cuyos estatutos han sido aprobados este año por el obispo, no sólo ha recuperado y restaurado esa talla o ha vestido a mujeres por primera vez para acompañar a un paso en Semana Santa, sino que además ha devuelto la alegría a esta celebración. Ha hecho que los corazones de los molineses estallen y se encojan de emoción en el momento del encuentro de Cristo con su madre, entre palomas y aplausos y que las campanas vuelvan a repicar.
Para mí es un auténtico honor estar aquí hoy, pero tengo que reconocer que a la vez, es una gran responsabilidad. Lo cierto es que no creo tener la autoridad para subirme a este estrado a hablar de la Semana Santa de Molina, porque entiendo que cualquiera de los que estáis hoy aquí tendréis un conocimiento más profundo de la misma y de su tradición, pero la verdad es que cuando me lo pidieron no pude negarme ¿Cómo iba a hacerlo si se trata de la Semana Santa de mi pueblo?
Siempre hablo del orgullo molinés, ese que se ha fraguado en nuestras frías parameras y en la dureza de sus accidentes.
Cuando estaba preparando este vídeo lo que yo vi fue gente, personas participando, colaborando, echando una mano… Vi en ese orgullo molinés la importancia de ser un pueblo con historia e identidad, en definitiva, una comunidad.
Realmente creo que una iglesia no tendría sentido si se redujera a lo que sucede en el interior de estas cuatro paredes los domingos. Una iglesia debe ser mucho más que un montón de ladrillos. Jesucristo nos transmitió el secreto fundamental para enfrentarnos a la vida, aunque a menudo, este mundo egoísta quiera que lo olvidemos: Amaos los unos a los otros como yo os he amado, dijo. Y el amor se construye desde el conocimiento y no hay mejor manera de conocer a los demás que implicarse y ensuciarse las manos en un objetivo común.
Y sí, puede que la Semana Santa de Molina siga siendo sobria y castellana, pero qué queréis que os diga, para mí siempre será la mejor del mundo, porque tiene detrás a todas esas personas: mis molineses, de los que no puedo sentirme más orgullosa.
paqui
22 Abr 2019Precioso reportaje , muchas gracias por el trabajo