Ayer me levanté por la mañana y me fui a Molina de Aragón a votar. Lo hice con convencimiento, pero no convencida. Es decir, lo hice muy consciente de que en este momento el ejercicio democrático es muy necesario para evitar sorpresas desagradables, pero sabía que al cabo de la tarde, los resultados, aunque se pareciesen a las papeletas que introduje en la urna, no iban a despertarme ninguna euforia. Si acaso, cierta curiosidad por lo que depararían estas elecciones de la participación (un 74,65% frente al 66,48% de las Generales de 2016) y de la indecisión. Precisamente, fui una de esos ocho millones de españoles indecisos que al llegar a nuestro Colegio Electoral nos quedamos ensimismados observando las papeletas en el interior de la cabina, jugando con la mirada al descarte e intentando decidir teniendo en cuenta lo que no quería de ninguna manera, en lugar de lo que desearía.
Esta mañana escuchaba los chascarrillos postelectorales de un grupo de personas en un paso de cebra: Entre rifi y rafes de Vox por aquí y Vox por allá, una señora intentaba sentenciar la acalorada conversación “… Pero vamos a dejar de hablar de política”, decía para mediar, mientras que su contertulio intentaba apurar el tópico espetando: “De todas formas, ya no existen políticos de altura”. Entonces, me sorprendí a mí misma asintiendo como si la cosa fuera conmigo, porque aunque estoy segura de que todavía existen políticos convencidos y trabajadores, no puedo desprenderme de la sensación de que las candidaturas ya no se dibujan haciendo un ejercicio de responsabilidad política y democrática, sino más bien, en las entrañas de los gabinetes, como campañas de Marketing y humo.
Y ahí estaba yo, metida en la cabina con mi escepticismo y la cabeza puesta no tanto en las promesas electorales de medidas concretas, porque al fin y al cabo ya sabemos que de un tiempo a esta parte, los programas políticos no son más que papel mojado, sino en el miedo de lo que podría pasar con la cuestión de Cataluña, con la Sanidad, la Educación, la Ley de Violencia de Género, las políticas de Inmigración, los derechos que tanto nos ha costado alcanzar o incluso los impuestos.
Los resultados, ya estamos hartos de escucharlos (123 escaños para el PSOE, 66 para el PP, 57 Ciudadanos, 42 Unidas Podemos y 24 Vox). Es lo que pasa en nuestro país desde periodos incluso anteriores a la dictadura, lo mismo que le pasó al PSOE cuando irrumpió Podemos: Cuando una fuerza se presenta dividida tiende a la debacle y Ciudadanos terminó por enconarse a la derecha y la aparición de Vox y un líder no demasiado carismático, han hecho el resto.
A la izquierda, los problemas internos de Unidas Podemos y los desastrosos datos que para este partido lanzaban las encuestas a principios de la campaña, terminaron por explicar el lanzamiento de Sánchez. Sin embargo, esos 123 escaños están muy lejos de los 176 necesarios para formar Gobierno, ni siquiera sumando los 42 de UP, por lo que Sánchez tendrá que buscar pactos si quiere conseguir la mayoría absoluta en primera vuelta o arriesgarse a que la abstención le brinde la investidura 48 horas después, por mayoría simple en segunda vuelta.
No, este país no ha virado hacia la izquierda y sigue dividido en esas dos Españas eternas que la Generación del 98 describía en sus poemas. PSOE y UP suman 11.210.000 votos y PP, C’s y Vox, 11.170.000 y aunque la extrema derecha de Vox no ha alcanzado los 70 diputados que esperaba, irrumpe en el Congreso en su primera candidatura, lo que da qué pensar…
Como si de un microcosmos se tratara, en Molina de Aragón los resultados reflejaron la tendencia nacional. El PSOE alcanzó los 682 votos (el 38,88%), siendo la fuerza más votada; seguida del PP, que se desploma hasta los 404 votos (23,03%) –en 2016 obtenía 664- seguidos de Ciudadanos que obtuvo 270 (15,39%) y Podemos con 233 (el 13,28%) –en 2016 obtuvo 352- y Vox que en Molina ha contado 143 votos (el 6,15%).
Debemos estar atentos a estos resultados porque son bastante reveladores de lo que puede ocurrir el próximo 26 de mayo, cuando se decide el destino de nuestros ayuntamientos, de los gobiernos de las comunidades autónomas, e incluso del Parlamento Europeo. Esa pequeña política que nos toca más de cerca, por lo que no debemos relajarnos.
Es cierto que la ideología marca más la tendencia en las Generales que en las Municipales, donde cala más la personalidad del candidato y su carisma, así como las propuestas que presente en su programa. No obstante, hay que tener en cuenta que en las últimas décadas, en Molina ha predominado la alternancia entre gobiernos rojos y azules –con o sin pacto de Gobierno- y el PP ha gobernado durante las últimas dos legislaturas, por no hablar de que los socialistas de Fran se están empleando a fondo en la campaña . No obstante, en este microcosmos, casi con toda seguridad, el PSOE tendría que buscar pactos para gobernar.
La cosa es un poco más compleja ahora, porque a las candidaturas de 2015 se suma Ciudadanos con David López Cambronero como cabeza de lista, el concejal de Independientes por Molina, que formó parte del equipo de Gobierno de de Jesús Herranz (PP) hasta su dimisión en 2017 y formación que ahora desaparece.
Claro, que si los votantes de izquierdas se duermen en los laureles, Jesús Herranz podría repetir, porque ya se sabe lo que pasa cuando una fuerza se presenta dividida.
Así que se podría decir que aunque las Generales pueden entenderse como un pequeño ensayo de lo que podría pasar el próximo 26 de mayo, tenemos hechas las quinielas, pero la suerte no está todavía echada.