Una cosa es la lengua escrita, que conviene vigilar, cuidar e incluso pulir, para no herir a
retina de quien la leyere, y otra muy distinta el lenguaje coloquial, donde todos nos
servimos a menudo de expresiones que no dejan de ser vulgarismos, pero que son
aceptadas de forma general sin que a nadie escandalicen ni molesten. También nos parece
algo normal el empleo de anglicismos que, como azúcar en el café del laminero, se
utilizan de forma abusiva para sazonar cualquier conversación o tertulia, aunque no
vengan a cuento ni sepa su significado quien los utiliza. No hay publicidad del producto
que sea, tanto en televisión como en otros medios, en la que no aparezca como colofón
del anuncio una frase en inglés con la que se pretende resaltar la calidad de lo que nos
quieren vender. La excepción en este caso serían los anuncios de colonias y perfumes, en
los que el remate más apropiado, y que parecen haber consensuado todos los publicistas,
debe ser una pequeña parrafada susurrada en francés.
No pretendo obligar a nadie a comulgar con ruedas de molino haciendo pasar por términos
académicos todas las palabras que usamos en nuestros pueblos y que a muchos, incluidos
jóvenes de padres y abuelos de nuestra comarca, les resultarán, cuando menos, un tanto
extrañas. Dentro de nuestro amplio vocabulario autóctono tenemos de todo: vulgarismos,
barbarismos y arcaísmos, pero también otras muchas palabras que son totalmente
correctas y que están recogidas en el diccionario de la RAE, a pesar de no ser de uso
frecuente en otros lugares.
No soy filólogo, gramático ni académico, y tampoco pretendo aparentarlo, cayendo en la
pedantería de aquel al que le preguntaron si por casualidad era miembro de la Real
Academia de la Lengua y, muy seguro, respondió: “no, pero como si lo seriese”.
Más bien me declararé a partir de este momento tertuliano, que es un título que no requiere
formación académica y que autoriza a cualquier analfabeto a tratar de todos los temas con
grave afectación e incluso con ínfulas de erudito, como si le avalase un máster por la
Universidad de Oxford en todas y cada una de las materias que saca a colación, aunque
no vengan a cuento, ya sea medicina, política, macroeconomía o física cuántica. Y como
tantos otros, que pontifican sobre lo divino y lo humano en cada una de las cadenas de
televisión, públicas y privadas, yo también reclamo mi derecho a dar lecciones
magistrales a diestro y siniestro en cualquier lugar que se me antoje y por cualquier medio.
Así pues, con la autoridad que me confiere mi autoproclamación como tertuliano en toda
clase de asuntos, incluyendo los gramaticales y literarios, puedo prometer y prometo que
todo cuanto yo diga irá a misa y que cualquier ignorante que ose contradecirme será
porque no sabe de lo que habla o escribe y porque está muy lejos de ser un tertuliano, que
es a lo máximo que puede aspirar hoy día en España una persona que quiera alcanzar
dinero y fama.
Así pues, como tertuliano aventajado, proclamo solemnemente y como primera lección
magistral, de la que espero tomen todos buena nota, que es preferible utilizar la expresión
“lantero”, que con acertado criterio se utiliza en muchos pueblos del Señorío de Molina,
a cualquier otra que defina a una persona entrada en años. Lantero es el que va para lante
(adelante, dirán los petulantes, intentando corregirme), que progresa y avanza, con todo
lo bueno que esto comporta. Lantero tiene pues una connotación meliorativa de madurez,
y da a entender que la persona así definida ha alcanzado el punto de sensatez que dan los
años. Ofenderíamos en cambio en gran manera a este mismo individuo tildándolo de
viejo, una expresión de fuerte carácter peyorativo, y que parece definir a un ser achacoso,
decrépito y arrugado. Y ni que decir tiene que un mozo lantero que busque novia, ya sea
en La Yunta, en Tortuera o en cualquier otro pueblo del Señorío, lo tiene mucho más fácil
que un mozo viejo. Aprendamos pues a utilizar el lenguaje de nuestra tierra de manera
correcta, porque ya habéis visto con este sencillo ejemplo como un uso apropiado de
nuestra lengua evita agravios y transforma a un mozo viejo en un apuesto galán.
Andrés Garcés
21 Oct 2020Muchas gracias José Antonio Floría Martínez por este simpático artículo, Reivindicar nuestro léxico es exigir lo que nos pertenece . lo que nuestros mayores nos dejaron, y son las señas de identidad que forjan un “pueblo”. Gracias porque aunque solo es un detalle, es preciso , justo, honrado, y valiente , expresarse con los atributos de nuestras expresiones. Toda una lección.
José Antonio Floría
27 Oct 2020Muchas gracias, Andrés.