El escritor molinés Santiago Araúz de Robles, se reencontró con su ciudad natal, Molina de Aragón, para presentar su último libro: la obra teatral Mariúpol, sobre la Guerra de Ucrania, en la víspera de cumplirse dos años desde que estalló el conflicto.
Llegaba a la capital del Señorío en una tarde fría, típica de estas parameras, de la mano de la asociación Tierra Molinesa y la Sociedad Cultural Molinesa (Socumo) para reconciliarse con estas tierras que, tal y como señalaba, ha vivido desde la distancia, a través de esos 196 kilómetros que las separan de Madrid.
Durante el acto, que tuvo lugar en el salón de Santa María del Conde, el presidente de Tierra Molinesa, Ernesto Esteban, explicó que esta modesta presentación pretendió ser en un inicio un gran estreno, para lo que se pusieron en contacto con posibles directores de escena de la zona pero, finalmente, la empresa resultó ser demasiado cara para las cuentas de la asociación.
Esteban hizo un semblante cercano y certero del escritor, reconocido abogado y ensayista jurídico, además de prolífico escritor, ganador del premio de novela Tigre Juan con la obra “La Agonía Florida de Carlos Brito”, en 1983, y autor de otras obras como “Simone”, “Cuartil”, “Tello en verano”, “La pasión de un hombre de mundo” y “Sociología del Toreo”, entre otras muchas.
El presidente de Tierra Molinesa lo definió como el sabio de la tribu, por su dilatada experiencia y trayectoria en varios puestos de la Administración dentro de Renfe, el Ministerio de Vivienda o el de Obras Públicas, entre otras. De esta manera, Santiago Araúz de Robles se reencontraba con la ciudad donde el Adarve le vio nacer, un 29 de junio de 1936, en la Casa Pintada, y la Vega de Arias se convirtió en su paraíso de la infancia.
Molina, en el trasfondo de su obra
Dice Araúz de Robles que Molina de Aragón está en el trasfondo de todas sus obras y aunque Mariúpol habla de la Guerra de Ucrania, en esa tarde fría, típica del invierno de las parameras, el escritor discurrió en espiral, en una reflexión íntima, de lo que fue su ciudad natal, de lo que pudo ser, de lo que es, e incluso de lo que podría llegar a ser.
Unas tierras olvidadas que, sin embargo, son “el riñón de la Celtiberia”, de las que, de vez en cuando, alguien en Madrid se acuerda para proyectar, por ejemplo, un Parador de Turismo que, “desde hace años, parece en vísperas de inaugurarse y que hoy nos acogería si fuera una realidad”. Una ciudad a la que se llega por la N-211, “por un campo sin ovejas y poblado de molinillos energéticos” (…) mientras “desde el automóvil contemplas la chimenea de la Resinera Española, ya apagada por desgracia de los tiempos y el camposanto sin nuevos huéspedes desde hace años”.
Habló de un detallado proyecto quimera de la línea férrea Tarazona-La Roda que se anunció a principios del siglo XX, “con todo lujo de flashes”. “Una utopía propia del tiempo de los caciques, de Romanones, por ejemplo”, que según relató, “zanjaba la paramera de Molina y llegaba o partía por el norte de Canfranc y hacia Francia y por el sur llegaba hasta Algeciras y Nigeria ¡Con salida al Atlántico!”.
Reflexionó sobre los movimientos migratorios que a finales de los 50 y en los 60 convirtieron el Señorío de Molina en el corazón de la despoblación. Un fenómeno que ha dejado plasmado en dos obras capitales: “Memoria del paraíso” y “Los desiertos de la cultura”. Esta última, escrita en 1970 y editada por la Diputación Provincial, recopila una serie de “entrevistas relajadas” con los vecinos de estas tierras “que se desnudaban en sus vivencias y que se describían junto a los suyos en sus circunstancias y memorias”.
También habló de los vientos convulsos que azotan a la España del presente y de un “futuro previsible”, que vaticina una nueva “civilización y socialización de la España Olvidada”, el regreso al medio rural que quiere creer que ocurrirá especialmente en nuestras tierras, en el Señorío de Molina y el Alto Tajo, pero también en la Alcarria de Cela, “porque tenemos un especial sentimiento de nuestras raíces”. Una vuelta para lo que “falta casi todo”, pero que empieza a ser “potente en sus voces” y que, en su opinión, obligará por razones políticas, pero también, económicas y sociales, con la aparición de las nuevas tecnologías, la apreciación del medioambiente o la búsqueda del confort del silencio que no existe en las ciudades.
Finalmente, señaló los conflictos bélicos que tiñen de sangre el este de Europa y Oriente Medio para llegar, por sortilegios de la memoria, a la Guerra Civil y a la Transición.
Y de esta manera, empezaría escribir un drama teatral, un 24 de febrero de 2022, justo en el inicio de la invasión rusa de Ucrania, que tal y como indicó, fue dando forma al ritmo de los acontecimientos, “mientras sucedían, por ejemplo, los crímenes civiles del bombardeo al teatro Mariúpol, un día de fiesta, o la sobrehumana resistencia de los trabajadores de la Acería Azovstal, en el Puerto de Azov, hasta concluir el relato cuando aún sigue el daño incesante”. Una obra que habla de la amistad de los inmigrantes sudamericanos, Oleksandra y Joaquín, con el profesor ucraniano Tarás, que, según el escritor, son un epílogo, un hermoso éxtasis del amor de pareja” basados en el Joaquín y Teresa del poema épico de Neruda “Fulgor y muerte de Joaquín Murieta”. En Mariúpol, los personajes se ven envueltos “por la obra destructiva del territorialismo más ambicioso” y se convierte en “un alegato contra la invasión de un país, por algún territorio dominante”
Araúz de Robles concluía su hilado discurso señalando que había elegido Molina de Aragón para la presentación final de este pequeño libro porque, siendo Señorío independiente por delante de Vizcaya, “se vacía, en lugar de exigir, y tiene motivos para hacerlo, que le preste atención el resto de la nación única”.
Así, el reencuentro del escritor con su ciudad natal le llevó, de manera inexorable, a arrancar del librillo esa Hoja Roja a lo Miguel Delibes molinés, para empezar a descontar los últimos papelillos de fumar con la sabiduría de la experiencia, de los libros que uno carga en la mochila y los pensamientos que han ido aflorando con cada piedra en el camino.