Hasta la segunda mitad del siglo pasado, España fue un país eminentemente agrícola; en estos momentos, no lo es. En aquella época las zonas rurales estaban más o menos pobladas, pero conforme la agricultura y la ganadería iban perdiendo significación e importancia ante el proceso de modernización de la economía española, esas mismas zonas perdían población a pasos agigantados, hasta llegar a la situación actual de franca decadencia. A partir de finales de la década de los cincuenta, mientras las ciudades multiplicaban los puestos de trabajo en la industria, ofreciendo salarios más altos y seguros, el campo destruía puestos de trabajo al mecanizarse aceleradamente. La caída de la población fue de tal calibre que en la actualidad la despoblación rural forma parte de la agenda política y de las inquietudes de la sociedad española. Hoy la España vaciada, la despoblación y el abandono rural están continuamente presentes en los medios de comunicación, ocupan titulares, ensayos y películas.
Con la entrada de España en La Unión Europea en 1986, es la PAC (Política Agraria Común) la encargada de velar por que la despoblación rural no siga en aumento, favoreciendo alternativas donde lo agrario sobrepase su función productiva y saque fruto de su potencial para contribuir a la revitalización rural. Es en Bruselas donde se deciden muchas de las reglas que rigen el trabajo diario de los agricultores y ganaderos, desde la cuantía de las ayudas a las estrictas normas de producción. Entrar en la Unión Europea no fue una panacea, aunque haciendo balance seguramente ha sido mayor lo positivo que lo negativo. Sin las ayudas de la PAC la agricultura y la ganadería estarían peor y la despoblación rural hubiera alcanzado cotas más altas. España recibirá de La PAC 47.724 millones de euros por la campaña 2023-2027. Es el tercer país más beneficiado después de Francia y Alemania.
España es completamente distinta de cómo era en la época de la entrada en La Unión Europea a finales de la década de los ochenta. Europa ha perdido peso económico, tamaño demográfico y poder global. Estamos asistiendo a un verdadero suicidio demográfico, pues los europeos han decidido tener perros en vez de tener hijos; es lo que decía recientemente en una entrevista el escritor Juan Eslava Galán, y no le falta razón.
Para que la revitalización rural sea efectiva y no se acelere el éxodo del campo a la ciudad, es imprescindible reconocer que el sector primario que ha sido históricamente la base determinante y sustancial en muchas culturas y civilizaciones, ha sido incapaz por sí solo de salvar la despoblación del mundo rural.
Es esencial que las políticas agrarias y demás intervenciones públicas se abran a la ayuda de sectores económicos diversificados como la industria y los servicios, que sean capaces de fijar población en el territorio en torno a núcleos bien comunicados, que sean capaces de absorber a una población que no piense en la ciudad como único destino posible. Es imprescindible que los servicios estén cercanos y que el nivel de infraestructuras sea adecuado para que favorezca el ocio, la cultura, el deporte, etc. Cuando los vecinos de los pueblos sienten cubiertas todas sus necesidades no piensan en la ciudad. La falta de servicios y equipamientos conlleva el consiguiente deterioro de la calidad de vida, y ello debilita la atracción del medio rural, agravándose el problema de la despoblación, produciéndose una destrucción social y comunitaria que debilita el aliento vital. Es trascendental que se presten todos los servicios básicos en todo el territorio nacional, en el exigible nivel de vida que nos hemos impuesto.
Lamentablemente, en los últimos tiempos se ha llevado a cabo una política agrícola errática que ha comportado subvenciones al abandono de cultivos, restricciones a la producción de leche, especulación y acumulación de tierras por parte de grandes compañías mercantiles que no tienen ningún arraigo ni vinculación con el territorio, con la consiguiente emigración de centenares de miles de agricultores a las ciudades. A partir de la década de los años sesenta del siglo pasado, las grandes urbes se llenaron de gentes en sus extrarradios que solo poseían su fuerza de trabajo y una maleta de cartón, que hartos de su infortunio, decidieron partir, movidos bajo la esperanza de una vida mejor. Plantaron sus raíces en suelo extraño, reconstruyendo su biografía como si empezar de nuevo fuese un mandato del destino. Ese éxodo del campo a la ciudad provocó una subalternidad del mundo rural sobre el mundo urbano, de tal forma que se condenó a ciertos territorios a convertirse en algo sobrante, zonas geográficas perdedoras. Nuestra comarca es un claro ejemplo de ello. Y lo peor de todo es la sensación creciente del mundo rural de que sus opiniones, su cultura, sus hábitos y sus necesidades siguen siendo ignorados frente a los que predominan en los grandes centros urbanos. Hubo un día en el que en todos nuestros pueblos no había más meta que marcharse. Había, sí, la necesidad de mantener la casa, de que perdurase la estirpe campesina, la hacienda, el origen familiar…
La PAC fue concebida inicialmente con el objetivo de proporcionar a los agricultores y ganaderos un nivel de renta adecuado y acorde con los tiempos, con la idea de fijar población en las zonas rurales y así evitar la lacra de la despoblación. Este objetivo no se ha cumplido a tenor de constatar las pocas personas que habitan el mundo rural actualmente. La PAC también se creó para que las personas pudieran disponer de alimento a precios razonables, tras la experiencia que se generó después de la II guerra mundial, en un periodo de escasez y racionamiento de comida. Cada día que pasa hay menos gente trabajando en el sector primario. Por otro lado hay que reconocer que sin las ayudas de la PAC las explotaciones agrícolas y ganaderas, principalmente las de secano, se verían seriamente comprometidas y consecuentemente los problemas demográficos irían peor. Las subvenciones correspondientes al pago único y otros pagos complementarios suponen entre un 20% y un 50% de la renta agraria, dependiendo de cómo haya venido el año agrícola. Unas 650.000 explotaciones en España reciben prestaciones económicas de la PAC.
Otro de los problemas demográficos que no ha podido solucionar la PAC es el relevo generacional. La edad media de los agricultores es de más de 60 años. Un 41% de los titulares de explotaciones tienen 65 años o más, el 55% se encuentra en la horquilla entre los 35 y 64 años y solo el 4% son menores de 35. Es una realidad que tenemos ahí y nadie sabe cómo arreglar. En esta década en España se jubilarán seis de cada diez agricultores y harán falta más de 20.000 incorporaciones nuevas para garantizar el relevo generacional. Son muy pocos los jóvenes que iniciaron el camino para realizar los estudios en la ciudad y luego vuelvan al pueblo para sustituir a sus padres en el negocio familiar.
Muchos agricultores que se dedican en cuerpo y alma al oficio se quejan de que la distribución de las ayudas por parte de la PAC no es ecuánime. Los grandes propietarios de tierras, que no viven exclusivamente de la agricultura ni participan de sus problemas, reciben grandes cantidades de dinero; son los “agricultores de salón”, los “latifundistas absentistas”. La mera observación de la lista de los perceptores de ayudas, que es pública, confirma este hecho. Los grandes perceptores de recursos representan una proporción mínima con respecto a los perceptores totales. Muchos agricultores perciben cantidades muy pequeñas de dinero, lo que hace que no sean muy viables sus explotaciones y tengan que dedicarse a otras actividades económicas para complementar su renta. En algunos casos sirven para complementar su pensión que normalmente suele ser muy baja. Estas situaciones no ayudan en nada a fijar población en el territorio.
El mundo rural tiene en el campo su principal fuente de empleo y su futuro depende de la supervivencia del sector porque la viabilidad de los pueblos depende básicamente de que la gente se pueda ganar la vida honradamente trabajando en ellos. Tanto la agricultura como la ganadería sirven, entre otras cosas, para fijar población en el territorio, y si esto deja de ser así, más pronto que tarde la inmensa mayoría de los pueblos desaparecerán. Si el sector agrario es rentable, será atractivo, y animará a los jóvenes a apostar por él, por el contario, resultará muy complicado que la gente se quede en los pueblos.
La rentabilidad de las explotaciones agrícolas y ganaderas ha ido bajando paulatinamente en estos últimos años, pues la climatología no ha sido propicia y los costes de producción en el campo han subido de media un 20% con respecto al año 2019, con una fluctuación muy grande de los precios de venta y de otros factores que escapan al control del agricultor y que son determinantes en el beneficio de la actividad agraria. Esa bajada de rentabilidad ha ido acompañada de un marco reglamentario muy estricto en cuanto a normas y exigencias de seguimiento medioambientales, lo que seguramente provocará a medio y largo plazo, si no cambian las reglas, un problema de seguridad alimentaria en Europa, así como una mayor despoblación en las zonas rurales.
Ante el abandono institucional que sufre el mundo rural, La Unión Europea es muy consciente del problema que supone la despoblación rural, motivo por el cual los fondos FEDER y parte de los fondos de la PAC prestan especial atención a que los recursos se asignen especialmente a las provincias y comarcas rurales más desfavorecidas y así atemperar los numerosos efectos perniciosos del modelo territorial desequilibrado que tenemos. Su objetivo es convertir en territorios de oportunidades los lugares que hasta ahora las instituciones han convertido en territorios de sacrificio. Hay muchos futuros posibles: todo depende de lo que hagamos.
La PAC se tendrá que adaptar a los nuevos desafíos que se van presentando con la evolución de los tiempos. Es necesario que tanto la PAC como cualquier otra política pública acierten en sus intervenciones para que el mundo rural no siga su secular proceso de deterioro y derrumbe. Si quiere ser más eficaz en la lucha contra la despoblación rural y en el mantenimiento del poder adquisitivo de los agricultores, tendrá que cambiar algunas de sus orientaciones y disposiciones actuales: simplificar las cargas administrativas, flexibilizar las exigencias medioambientales, (particularmente a las pequeñas explotaciones), aumentar el presupuesto, mantener un nivel de precios de venta que cubra todos los costes de producción y a su vez sea asequible para los consumidores, y endurecer los controles en la medida de lo posible a las importaciones de terceros países que suponen competencia desleal.
La PAC tendrá que ser un aliado indispensable de los agricultores y ganaderos, elevando el rol global de la agricultura en términos económicos, como generadora de oportunidades de cambio social en una visión de largo plazo, para conseguir un sector primario vivo y dinámico, incorporando jóvenes y mujeres al sector agrario para que en el futuro tengan la relevancia que en el pasado y presente no tuvieron, y todo ello actúe como revulsivo de la creciente regresión demográfica imperante en el mundo rural.
JOSÉ RAMIRO GARCÍA.