Cuando esta tormenta amaine, cuando se abran las calles y se sosieguen los caminos, volveremos a nuestra vida cotidiana, no ya con la misma normalidad de antaño, pero habremos sido sobrevivientes de un naufragio colectivo. Nos sentiremos dichosos tan sólo por estar vivos y habremos comprobado que los cimientos de esta sociedad han resistido.
Espero que cuando salgamos de esta guerra, el egoísmo y la envidia habrán bajado algún peldaño porque habremos recapacitado sobre la fragilidad de la vida y sobre una verdad universal y es que no somos perdurables. La novedad de la situación creada demandará una nueva versión de nosotros mismos. Ojalá que seamos más desinteresados y mucho más comprometidos.
Deberemos unirnos como personas y mirarnos como humanidad. Ya no tendremos dejadez y seremos más compasivos. Comprenderemos la obligación de ir todos juntos unidos de la mano. Juntos lo conseguiremos y ganaremos. Lucharemos sin rendirnos. Esto nos hará más fuertes como personas y como nación. Decía Pérez Galdós que la desgracia hace a los hombres hermanos.
Esperemos que el naufragio que nos deja este ciclón nos haga un poco mejores para que nuestra convivencia sea más grata y más humana. Nos habrá ayudado a pensar en los demás y así seremos una nación única en solidaridad y ayuda mutua.
Habremos comprendido que en un abrir y cerrar los ojos todo puede cambiar y que todo lo que tenemos y por lo que hemos luchado a lo largo de nuestra existencia se puede ir al carajo en cuestión de segundos, pues la vida está por encima de cualquier contingencia.
Es imprescindible que levantemos la moral y que el miedo no nos paralice en unos tiempos difíciles como los que estamos pasando y como los que seguramente vendrán después. Ahora precisamente es el momento de comprender más, para que podamos temer menos, como decía la premio Nobel Marie Curie. En estas situaciones que son delicadas hay que aceptar con naturalidad que la vida tiene momentos buenos y momentos malos y ahora precisamente estamos pasando por instantes perversos, siendo conscientes que el mundo no se para.
Es el momento de remar todos juntos en una misma dirección hacia un objetivo común, al margen de las luchas partidistas y mezquinas que tanto daño nos ocasionan, que no conducen a nada positivo, y que todo lo enturbian. Sería conveniente que el púlpito político fuera prudente, tanto en un lado como en el otro, al menos hasta que se acabara la pandemia, y fuera el mundo de la ciencia quien tomara la palabra. Las circunstancias mandan y la solución a este problema pasa por encima de los partidos políticos, las banderas y las ideologías. Esta pandemia no entiende ni de fronteras, ni de estatutos de autonomías, ni de discursos demagógicos, afecta a toda la humanidad y ésta no se compone de islas separadas y aisladas, ni vive en compartimentos estancos. Ya habrá tiempo con posterioridad para delimitar responsabilidades, si las hubiera.
Hay que buscar, ahora y siempre, la forma de levantar vuelo y avanzar, siendo estas consideraciones el verdadero desafío que nos debe conducir en este mundo que nos ha tocado vivir, buscando la alegría y el buen humor como acompañantes de nuestras actuaciones. Hemos ganado muchas batallas todos juntos y esta guerra también la ganaremos.
En situaciones como ésta se ve la fortaleza de la comunidad en la que estamos inmersos, así como los vínculos que nos unen, intentando todos sacar hacia adelante las fuerzas ocultas que poseemos. En tiempos de pesadumbre y languidez, las personas le echan imaginación y hacen cosas increíbles y asombrosas que muestran el lado más positivo de la especie humana, en busca de la supervivencia y la mejora del mundo en el que nos desenvolvemos. Salgamos todos los días a los balcones a aplaudir con energía y con cariño, como manifestación de un pueblo que resiste ante la adversidad.
Tenemos un futuro prometedor por delante porque el desarrollo actual nos ha colocado en un listón muy alto y ha sido obra de todos, que ha configurado unos estilos de vida y unas condiciones económicas envidiables de las que nos tenemos que sentir orgullosos.
Que cada uno se encomiende a quien considere oportuno si ello le reconforta y le ayuda a llevar esta situación maldita de una forma más relajada, pero serán la tecnología y el avance científico quienes le den el matarile final a este virus más pronto que tarde, acabando así con el sufrimiento que éste nos provoca. No cabe ninguna duda, que no tardando mucho, veremos la luz al final del túnel.
Demos las gracias con voz alta a todos los médicos y enfermeras, a nuestros gobernantes, a los farmacéuticos, a los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado, a los transportistas, a los trabajadores de los supermercados, a los agricultores y ganaderos, y a todas aquellas personas, que estando al pie del cañón, nos están facilitando este desgraciado encierro que esperemos se pase pronto para así poder volver a la normalidad de nuestra vida cotidiana que, por supuesto, anhelamos y echamos de menos.
No nos olvidaremos de todas aquellas personas que, como consecuencia de este drama, se están yendo al más allá, en silencio, sin molestar, sin que les podamos decir adiós, que han recibido sepultura en serie. Personas, muchas de ellas de edad avanzada, una generación pertrechada para el sacrificio, ejemplos de dignidad, que vivieron la dureza y las penurias de la época de la posguerra, acompañadas de la miseria y las cartillas de racionamiento, que levantaron el país, que sin estudios educaron a sus hijos, que trabajaron sin descanso, y que durante la crisis económica fueron el sostén de hijos y nietos. Descansen en paz.
Pronto saldremos a las calles, nos volveremos a encontrar, se disparará la cotización de los abrazos y los besos, pasearemos, tomaremos nuestros vinos y nuestras cañas en armonía, nos olvidaremos de esta larga pesadilla, que tanto nos ha enojado y alterado, y concebiremos una realidad diferente.
En esta coyuntura sin precedentes, ante la histeria social contenida, habremos aprendido que estar con uno mismo tiene un gran valor y, aunque nadie es imprescindible, la unión de todos hará que salgamos triunfantes de esta neura endemoniada. Un mundo mejor es posible.
JOSÉ RAMIRO GARCÍA.