Los movimientos migratorios, tan antiguos como el propio proceso civilizatorio y territorialmente diversificados, casi siempre se han producido por motivos económicos o, excepcionalmente, ecológicos, políticos o bélicos. Si las personas tienen lo suficiente para llevar una vida digna suelen permanecer en su lugar de origen. Cuando el estímulo de la emigración no radica en motivaciones económicas, el leitmotiv referencial suele ser el deseo de huir hacia la libertad, como consecuencia de guerra, violencia o persecución.
Las migraciones humanas lógicamente incrementan la población allá donde se asientan, con los consiguientes problemas de integración, en menoscabo de la de sus lugares de procedencia. Son frecuentemente consecuencia de la gran concentración de riqueza en pocas manos y en no demasiados sitios, el ahondamiento de la pobreza y el subdesarrollo en ciertos puntos de la geografía. El superior desarrollo económico de los puntos de destino junto con la internacionalización del capital ha incrementado la brecha territorial de desigualdad en un proceso imparable, desigualdad propiciada por los distintos niveles de industrialización y crecimiento económico. Contradictoriamente, este proceso ha supuesto la libre circulación de capitales y mercancías pero no de personas.
Las barreras a la libre circulación de personas siguen estando muy presentes en un mundo que, aún estando muy globalizado y siendo muy interdependiente, adolece de crecientes restricciones a la movilidad de las personas que muy probablemente se agravarán en el futuro, un futuro por cierto cada vez más incierto.
Los países emisores, más expulsores, rebosan de fuerzas no utilizadas por su condición de atraso que hacen que las mentes más emprendedoras y con más decisión inicien el camino hacia otras partes en busca de su propia recompensa, en busca de una vida más confortable, intentando alejarse del desempleo, la marginalidad y el bajo nivel de vida. Mil millones de personas ostentan la condición de migrantes en el mundo.
A nivel mundial se están produciendo grandes movimientos migratorios de los países africanos a Europa, de los países de América Central y de Sudamérica hacia los EEUU y, en general, en todo el planeta, como estrategia de supervivencia, con la consiguiente destrucción de familias y comunidades y con pérdida de vidas humanas. Estas migraciones generan inestabilidad política y social tanto en los países receptores como en los países emisores, en contradicción con ese mundo global en constante conexión que se nos quiere vender. Las necesidades vitales insatisfechas y la migración forzada están muy vinculadas, ya que el no poder comer cada día y la falta de expectativas marcan muchos de los desplazamientos de personas que se producen diariamente tanto a nivel nacional como a nivel internacional. La situación se agrava por la actual pandemia que asola el mundo.
En las zonas escasamente pobladas y con posibilidades de reversión, el reequilibrio demográfico difícilmente se podrá corregir favorablemente si no se tienen en cuenta los flujos migratorios; de ahí la importancia de las políticas públicas para atraer a nuevos pobladores, pues la inmigración es una solución a corto plazo, aunque no la panacea, y para que las políticas públicas sean efectivas deben tener muy en cuenta la dinámica de los mercados, pues éstos son una variable básica determinante en la oferta de trabajo, herramienta principal para el asentamiento de la población en un territorio. La integración social de los inmigrantes reside básicamente en el mercado laboral. Las políticas públicas deben orientarse hacia procesos de integración e inclusión, olvidándose de los discursos apocalípticos de invasión, porque no podemos obviar que la persona inmigrante viene de una sociedad, de una cultura y a veces de una lengua muy distinta a la del país receptor. Si el proceso de integración funciona coherentemente la colectividad en su conjunto saldrá ganando. Las zonas rurales despobladas, con tasas de natalidad bajísimas, con una población muy masculinizada y muy envejecida se pueden beneficiar del establecimiento de personal extranjero que haga de efecto amortiguador, requiriéndose para ello facilidades en el alquiler de viviendas, trabajo y formación, que les abra la puerta a la sociedad de acogida. De esa manera se contribuirá a la disminución del proceso de vaciamiento poblacional.
No cabe ninguna duda de que la falta de población en un territorio es un hándicap de primer orden para el desarrollo económico y social. Kuznets afirma que uno de los componentes del desarrollo económico es el crecimiento sostenible de la población ya que de esa mayor población se deriva un incremento de la demanda, que se traduce en una mayor producción, proceso que se retroalimenta. Por eso es imprescindible que los gobiernos eviten la despoblación si queremos tener un bienestar razonable en cualquier territorio. Es imprescindible mantener un mínimo de población en el territorio porque de lo contrario el nivel de degradación llega a una situación que hace inservible cualquier infraestructura o activo, anulando la capacidad productiva, con la consiguiente falta de funcionalidad de los espacios que conforman la zona afectada. No se puede olvidar que la despoblación no es la causa sino un efecto del atraso socioeconómico, y en muchos casos coadyuvado por la inacción política, bajo una desatención pública manifiesta y continuada.
La gran pregunta y el gran desafío consisten en saber qué camino pueden recorrer las economías de los distintos países para emprender un proceso estable de crecimiento bajo una gran competencia internacional que contemple la necesidad de reducir las fuertes desigualdades económicas y sociales. Éstas son la base primordial de todos los desplazamientos de personas, bien dentro de un mismo país o bien hacia países lejanos de mucho mayor desarrollo económico, diferencias económicas que se traducen en pérdida de posiciones en términos de PIB per cápita, menores salarios reales, menores coberturas sanitarias y educativas, incluso inexistentes, nulas expectativas de desarrollo personal, así como una menor esperanza de vida al nacer. Mientras haya gran diferencia de renta y de riqueza entre los distintos territorios que conforman el mundo siempre habrá movimientos migratorios de las zonas pobres a las zonas ricas, independientemente de que las legislaciones nacionales sean más o menos restrictivas a este respecto. Hay mucha gente que opina que los contingentes de la inmigración deben estar reglados y ordenados, ateniéndose a la ley, opinión muy de sentido común, con un razonar muy cabal, pero el hambre, la desesperación y la miseria no atienden a este tipo de consideraciones, y de ahí las grandes tragedias humanas que vemos todos los días en los países desarrollados a través de los medios de comunicación. Los procesos migratorios continuarán en tanto en cuanto no se ataquen sus verdaderas causas. Para alguien que no tiene nada y pasa calamidades, cuando la pobreza apremia, las claves de sus derroteros suelen estar al margen de las normas establecidas, con caminos muy distintos a los de la gente estabilizada, normal y corriente. La necesidad carece de ley, decía Cervantes.
No hay que olvidar que España fue un país de alta emigración en un pasado no muy lejano; siempre se ha dicho que los emigrantes españoles iban con su contrato de trabajo a los países receptores, y que ahora, los que vienen a España deberían hacerlo de la misma manera. Sin embargo, la cuestión no era exactamente así: la mitad cruzaban fronteras de forma irregular, y desde luego también pasaron calamidades en muchos aspectos.
La historia cruel de los procesos migratorios exteriores forzados por la extrema necesidad es que seres humanos que no conspiran contra nadie se ven en la necesidad de abandonar su lugar de origen en un peligroso peregrinaje lleno de incertidumbre, ante la falta de perspectivas vitales, buscando nuevos asideros y parámetros de dignidad, en un viaje de escalofrío en el que andan vagabundos y errantes hacia una posibilidad alta de muerte. Es un trayecto hacia ninguna parte impulsado por la desesperación. Es la cruda realidad de una tragedia humana de naufragios invisibles de vidas tristes y desamparadas. Muchos de los inmigrantes que llegan camino de la salvación a lo que ellos pensaban que era el paraíso terrenal, en la creencia de que habían conquistado un sueño, una vez asentados en los países de destino bien legal o ilegalmente, siguen siendo desgraciados sin haber subido un ápice de las catacumbas de la pirámide social, olvidados en los márgenes del sistema, como si estuvieran en una desubicación inestable y permanente de desdicha endémica. Lo máximo que consiguen a veces es hacerle un regate a la pobreza que, en sus circunstancias ya es mucho.
Tiene que ser difícil para los inmigrantes, y más para aquellos que llegan del continente africano, construirse una identidad en la que confluyen el sitio nuevo en el que viven con muchos tropiezos y dificultades, y el latido de una tierra lejana de la que ellos proceden, donde crecieron sus raíces, donde generaron afectos y donde forjaron un sentimiento propio. Bunbury expresa este sentimiento en una de sus canciones: “donde quiera que estoy, el extranjero me siento”.
El mundo no es hospitalario y cada uno de nosotros somos parte alícuota de esa falta de hospitalidad. Estamos muy lejos de aquella vieja institución social celtibera denominada “El Hospitium”, que consistía en la obligación de ofrecer hospitalidad a los extranjeros, que no sólo debían ser recibidos amistosamente, sino que tal recibimiento otorgaba prestigio al hospedador, de modo que se competía por alojar a los extranjeros. Por cómo concebimos y acogemos a los otros, a los diferentes, a los sin sitio, se puede medir el grado de inhumanidad o de civilización de una sociedad.
El reclutamiento de mano de obra inmigrante fue muy intensivo con anterioridad a la crisis económica de 2008, debido a la bonanza económica que requería baja cualificación laboral en sectores como la construcción o la restauración, con bajos salarios y sujetos a temporalidad, puestos de trabajo que por su baja remuneración y gran esfuerzo la población nativa ha descartado conforme ha ido el país incrementando el nivel de desarrollo. La crisis económica y la actual crisis sanitaria han reducido considerablemente el flujo migratorio, lo que acarreará consecuencias demográficas negativas, generando una mayor debilidad económica en los países receptores, pues es indiscutible que los inmigrantes han contribuido positivamente al saneamiento del sistema público de pensiones, al crecimiento económico y al rejuvenecimiento de la sociedad. Datos estadísticos recientes del INE confirman esa tendencia demográfica, el exceso de defunciones por covid-19 y el saldo migratorio negativo ha hecho descender en el primer semestre de 2021 la población española en aproximadamente 72.000 personas, hasta colocarse el número de residentes en nuestro país en 47.326.687.
Los discursos antinmigracionistas con propuestas demagógicas y excluyentes desde ciertos partidos políticos caldean el debate bajo una política migratoria polarizadora e instalan en la sociedad la percepción de que los inmigrantes desplazan a los nacionales en el mundo laboral e inculcan que la mayor diversidad cultural derivada de la inmigración hace que se provoque un crecimiento de la conflictividad social. Dos percepciones que según un estudio del Observatorio Social de la Caixa no se corresponden estrictamente con la realidad, al afirmar que el coste inmigratorio que se pudiera ocasionar no tiene parangón con los beneficios que se generan tanto en términos demográficos como económicos. Los inmigrantes crean riqueza, favorecen el incremento de la renta per cápita y el consumo, aportando al Estado más de lo que cuestan. Un estudio de UGT refleja que “los trabajadores extranjeros aportan el 10% de los ingresos de la Seguridad Social a través de cotizaciones mientras que solo perciben el 0,90% del gasto del sistema en forma de pensiones”.
España necesita encarecidamente población inmigrante en tanto en cuanto la tasa de natalidad sea tan baja y el envejecimiento tan alto. Estamos ante una perspectiva demográfica pésima que incluso puede adquirir tintes desestabilizantes si no se corrige la tendencia. Es imprescindible recurrir a la inmigración para mantener el nivel de población activa actual, dada la evolución demográfica que se prevé y dada la necesidad de mano de obra prevista en nuestro mercado de trabajo, porque lo contrario sería empobrecerse a nivel de país en las próximas décadas.
En España el crecimiento demográfico en los últimos tiempos se ha debido precisamente al saldo positivo migratorio, excepto en el primer semestre de 2021, porque el saldo vegetativo ha sido prácticamente nulo e incluso negativo. De los cuarenta y siete millones de españoles, cinco millones son inmigrantes, que han contribuido al mejoramiento de la tendencia demográfica y a la preservación de la actividad económica en la España vacía.
Simultáneamente al proceso inmigratorio en nuestro país se ha producido en los últimos tiempos un aumento de emigración de jóvenes españoles y no tan jóvenes, gente bien preparada, gente que ha acabado su etapa educativa, que al ver limitadas sus opciones de inserción y estabilización laboral en su propio país buscan una oportunidad en el exterior, en el contexto de una crisis de empleo, ya que nuestra nación ha sido incapaz de absorberlos laboralmente. Salen del país para vivir y trabajar en el extranjero, seguramente sin billete de vuelta, en un marco de circulación de talentos, como si de una fuga de cerebros se tratara, una descapitalización humana del conocimiento que supone una mala asignación de recursos desde el punto de vista económico ya que se han formado en suelo patrio y van a dar su rendimiento fuera; de este modo se pierden elementos productivos, lo que representa un empobrecimiento humano de la nación. Son los destinos principalmente países de Europa y América, países con condiciones más o menos atractivas y facilitadoras, y en algunos casos como Alemania, EEUU y Reino Unido es su mayor capacidad competitiva, productiva y financiera el motivo de atracción.
Cuando las fronteras son el límite entre la abundancia y la miseria, en un mundo cada vez más desigual, más globalizado y más interdependiente, con muy pocas certezas de cara al futuro, donde las diferencias interterritoriales de expectativas de vida y de trabajo son cada día mayores, resulta imprescindible una respuesta y una estrategia articulada frente a la movilidad de millones de seres humanos a través de una gobernanza internacional sobre las migraciones, que redunde en beneficio de los actores concernidos, y que responda, además, a las necesidades demográficas de los países receptores que tienen una población preocupantemente envejecida.
Sería buena una política migratoria al margen de intereses fragmentadores y prejuicios resistentes, que gestionara los flujos migratorios bajo un enfoque positivo que abogue por atraer extranjeros al mercado laboral de forma legal, fuera de todo discurso político, patriotero, partidista y electoralista, teniendo en cuenta las limitaciones propias de cada país y al mismo tiempo facilitando el desarrollo de los países emisores, evitando la migración irregular en la medida de lo posible y consecuentemente el negocio de las mafias. Sería deseable que todo este discurso deje de ser un mero desiderátum para convertirse en una realidad tangible, porque no se puede olvidar que el valor de la utopía puede ser motor del progreso humano. Sería también muy bueno que los que vienen tengan derecho a hacerlo, sin miedos y sin muros. Sería bueno que el mar no se tragara los sueños de personas humildes que lo único que buscan es trabajar y vivir con dignidad.
Tenemos que ser conscientes de que las ideas y las buenas intenciones se formulan con facilidad pero otra cosa muy distinta es ejecutarlas en la práctica. Decía Porcia, el personaje de El mercader de Venecia que: “si hacer fuese tan fácil como saber lo que conviene, las capillas serían catedrales y las cabañas, palacios”.
Es responsabilidad de los gobiernos garantizar la seguridad en las fronteras y evitar todo traspaso ilegal tanto de personas como de mercancías. Es imprescindible que desde los poderes públicos se articule una alternativa viable de presente y de futuro que pueda resolver las tensiones migratorias que indudablemente no van a cesar. Hacen falta soluciones.
JOSÉ RAMIRO GARCÍA.
Carlos
3 Ene 2022Como siempre, un artículo excelente
Fran
4 Ene 2022Excelente radiografía de la realidad. Comparto que las migraciones tienen que ser legales, la lucha contra las mafias que trafican con personas, aprovechándose de su situación, tiene que ser implacable.
Antonio
4 Ene 2022Es un tema para abrir un debate en profundidad. Para mi, es EL TEMA, con mayusculas, del que se habla mucho, y se resuelve poco. Buen artículo .
Ibáñez de Miguel
8 Mar 2022Mucha paja para no decir nada interesante. Los mismos tópicos de siempre repetidos hasta la saciedad. Ni el estado ni los gobiernos deberían mandar sobre las personas, Somos más que ciudadanos, somos humanos. Y las fronteras solo persiguen intereses económicos, privilegios de clase. El individuo ha degenerado en ciudadano, y ha claudicado su libertad en aras de un leviatán, que es solo teoría del miedo y del terror. Aunque Maquiavelo lo explique en un : “El fin justifica los medios”. “El hombre NO es un lobo para el hombre”, para maldecir a Hobbes y si, el poder es un crimen para el hombre. Y mientras exista el poder y no la asamblea de los pueblos, mientras el estado parasite con sus instituciones a las personas de a pie. No habrá justicia ni paz. Delegar en el poder es venderse. Todos los estados y sus gobiernos son criminales profesionales. Makurtu Gabe.