En torno al 8 de marzo, institucionalizado ya en casi todo el mundo como Día de la Mujer, el Ayuntamiento de la capital del Señorío nos sorprendió a todos: viandantes y efímeros visitantes, vecinas y vecinos, con un muro grafiado con la equilibrada y bella letra gótica del Fuero de Molina. Nunca un muro tapiado de un solar abandonado, como el de la Puerta del Baño (hoy Plaza de Anselmo Arenas), ha estado tan gentilmente armonizado con el paisaje urbano, queriendo dejar un mensaje al caminante. En su aparente sencillez no es, empero, la única muestra singular, pues apenas cien metros antes, junto a la Puerta de Medina, las gentes de Molina encuentran unas bellas imágenes de rostros de mujer en tono ocre, entre columnas.
Detengámonos, sin embargo, por un instante en el muro de la Puerta del Baño, leamos atentamente y quedémonos con su mensaje, que pertenece a una cláusula adicionada por doña Blanca en 1283, que establece: “Otrosí do a Vos en fuero que ningunas malferia ni deuda que el marido faga la muger no la sienta ni peche por ello si en la carta non fuere puesta con su marido”; esto es, la mujer no tendrá que responder por los delitos o deudas de la que fuera culpable su marido, a no ser que figure como copartícipe con él en un documento, cláusula favorable, como bien interpreta Maria Dolores Barrios Martínez, autora del libro Molina y su Tierra en la Edad Media: su historia, su fuero, sus gentes (1154-1375). Asociación de Amigos del Museo de Molina, 2017.
Pero como quiera que doña Blanco hizo otras muchas cosas en vida (no faltó el trabajo con las constantes obras de construcción del cinto, los molinos nuevos, el primitivo emplazamiento de San Francisco y Santa María de Pero Gómez, la bella iglesia románica construida por su primer mayordomo debajo del castillo), quiero detenerme en otro documento, como es su testamento.
Doña Blanca, señora de Molina, debió afrontar y sufrir afrentas, como la de un esposo ausente, sufrimiento y amor de madre por tener que enterrar a sus hijas Mafalda e Isabel (que pensaba casar con Juan Nuñez de Lara, señor de Albarracín, y unir así sus dominios), y enfrentarse a la “real politik”, hasta rendir pleitesía, al Rey de Castilla, Sancho IV, su cuñado, a quien tuvo que entregar al fin su querida Molina.
En su testamento “fecho a diez días de mayo” de 1293, estando doliente y después de congraciarse con el “Spiritu Sancto, por quien toda buena obra es comenzada, mediada y acabada, e sin quien ninguna cosa buena no puede ser complida”, confiesa la Majestad de Dios (“viendo a Dios ante los ojos del corazón”), antes de traspasar la frontera, quiso dejar cabalmente atadas las cosas materiales, disponiendo:
“Primeramente mando que valga el donadio de las herencias que yo hiz a mi Señor Don Sancho, el Rey de Castilla según que se contiene en las cartas de las abenencias…, e de las posturas que son entre el y mi e que el cumpla todas las cosas que en ellas contienen”, respetando los legados y mandas que deja a cerca de una quincena de caballeros y buenos hombres, capellanes y vasallos, y un mayor número de mujeres, que de ella cuidaron en vida y a las que no olvidó, en este momento en que transferiá el dominio del Señorio a su hermana Doña Maria y el Rey castellano.
Eran estas ocho nobles señoras: Doña Marquesa, Doña Sancha Gómez, Doña Flor de Lis, Doña Leonor, Doña Ucenda, Doña Sancha y su hermana Doña Urraca, tías de Juana (hija de don Elso) y
Doña María, sobrina de don Gil de la Torre.
Mientras que las mujeres llanas son quince: Mari González; Teresa González y su hermana Ignes de Vera; María Lopez; Mayor Perez; Sancha Perez y su hermana Pascuala; Mari Perez; Mayor García y su hija; Elsa Ximenez; Leonor Paez; Elvira Perez de Sebilla; Juana Perez; la mentada Juana, hija de don Elso; sin olvidar a Maria, la hermana de su cocinero … y, en fin, quiso tener un último recuerdo a quienes le sirvieron, pues “mando la mia ropa a las mugeres de casa e que la partan los mios cabezaleros”.
De ellas sabemos muy poco. Doña Blanca debió constituir una pequeña corte, asistíendo acompañada a los actos religiosos del cabildo eclesiástico y a las veladas coloquiales, musicales y festivas. Con todas ellas tuvo relación, y así lo quiso significar, dando al hijo de Mari López, Fernan Lopez el lugar de Alustante, o Juana Perez, mujer de Ruiz Perez, una suma de maravedies y “carta de quitación de todo lo que hovo de recavar por mi”.
Todas estas mandas a sus hombres y mujeres son muestras de amor y agradecimiento, así como un deseo de restar dominio útil a los nuevos señores frente a sus vasallos. Por aquella cláusula protectora hacia las mujeres, que adicionó al Fuero, se adelantó al ordenamiento general de Alcalá y al Día de la Mujer, que rememora la reivindicación de sus derechos y la lucha por la igualdad.
No está de más que en el siglo XXI y discurriendo el año de 2022 se note la presencia de la última Señora de Molina, antes de que entraran a dominar en ella Reyes y Señores. En este caso, nobleza obliga.
Juan Carlos Esteban Lorente